Civilización y barbarie, apuntes para la batalla cultural
28 de Diciembre de 2025
Luis Adalberto Maury Cruz
FALANGES: Civilización y barbarie, apuntes para la batalla cultural
Luis Adalberto Maury Cruz
lmaury_cruz@hotmail.com
La época actual es multipolar y se enmarca en una guerra multidimensional, donde los conflictos atraviesan todas las áreas de la condición humana, tanto en lo físico como en lo inmaterial. Ya Huntington habló del choque de civilizaciones, pues señaló que la cultura y la identidad colectiva serán el principal campo de batalla del orden mundial contemporáneo. Sin embargo, la lucha presenta flancos militares y, simultáneamente, se militarizan la economía, las finanzas, la tecnología y la psique.
En esta Tercera Modernidad, la soberanía se defiende en bloque, como indica Dugin, señala que la soberanía no es sólo un principio jurídico del Estado moderno, sino una categoría civilizatoria, metafísica y geopolítica, rompe con la idea liberal - westfaliana clásica. La soberanía es la capacidad de una civilización para ser fiel a su propio logos.
Simultáneamente, la integridad personal exige pensar y pensarse; es decir, reflexionar, criticar y observar desde la mesura como un acto de defensa propia. Como sociedad y como nación, el principal activo es la cultura y la civilización. La búsqueda y la honra de las raíces propias, tanto en lo individual como en lo colectivo, resultan hoy imprescindibles. La condición histórica y la historia misma se vuelven necesarias para conservar el centro, la identidad y la paz interior.
La historia tiene poco más de seis mil años; la historicidad humana, en cambio, es mucho más antigua. Este devenir ha sido, en gran medida, la progresión de la guerra, el conflicto y la violencia, aunque no se reduce únicamente a ello. La historia nace con la escritura, falazmente asociada de manera exclusiva al origen sumerio: sólo hay historia si un pueblo registra su cultura, sea esta previa o no a la antigua Sumeria. De forma colateral, resulta imprescindible el reconocimiento y la honra de la historia familiar y personal para enfrentar la vorágine de narrativas propias de esta Tercera Modernidad y no ser presa - o al menos no tan fácilmente - de los nuevos metarrelatos del Deep State, evidentes en las narrativas publicitarias y propagandísticas maximizadas por los algoritmos de las redes sociales. Estas narrativas se fundan en el binomio validación-carencia y constituyen conformaciones culturales.
La cultura es la modificación humana del entorno y de la propia condición existencial de la especie, transformándola en persona - no por ello necesariamente sana o funcional -. Con frecuencia, de manera errónea, se ha confundido la cultura con el arte, la bondad o lo valioso, así como con la vida sedentaria y la agricultura. La delincuencia y la bajeza también son cultura; existen culturas nómadas, como la mongola o la chichimeca, y la guerra misma es un fenómeno cultural.
La guerra es multidimensional: es un choque militar, pero también puede ser cultural. Cuando se presentan estos dos escenarios de confrontación, cabe entonces preguntar: cuando dos Estados colisionan, ¿quién gana: el que triunfa en lo militar o el que se impone en lo cultural?
Noción de cultura y civilización
La cultura, al ser la modificación humana del entorno y de la propia condición existencial, se manifiesta por su carácter simbólico, entendido este como convención o asociación representativa y expresiva de una entidad que provee una determinada forma de ver el mundo.
Los símbolos se manifiestan en todo aquello que se transforma del entorno y, al mismo tiempo, son los insumos para generar dicha transformación. Así, la cultura es tanto obra como herramienta - tangible o no -. No resulta extraño, entonces, que una obra, o parte de ella, se convierta en parte de otra obra; tal acto constituye una forma de violencia. Esto ocurrió, por ejemplo, con la reutilización de las piedras de los edificios de Tenochtitlan durante la refundación y reedificación de la Ciudad de México como capital de la Nueva España. En este sentido, toda edificación implica violencia.
Ahora bien, no toda cultura nace de una condición natural, pues puede estar precedida por otra obra o capa cultural. En efecto, la primera capa cultural se posa sobre la naturaleza; la segunda, sobre la cultura misma. La realidad humana emerge de la realidad natural y la trasciende.
En la actualidad, las cadenas de suministro - globales, regionales o locales - muestran que algunas empresas, especialmente en el ámbito tecnológico, mantienen un contacto mucho menor con el mundo natural que aquellas del sector primario. Aun así, la cultura sigue siendo una delgada corteza sobre el vasto mundo de la physis. En este sentido, se es más natural que cultural.
La cultura es saber, tecnología y objeto, pero, ante todo, es una forma de vida colectiva. Esta forma de vida muta en civilización. La civilización es el sistema de costumbres, saberes, conocimientos, creencias, instituciones y manifestaciones culturales que orienta las formas de vida de la sociedad y del individuo, presentando un alto grado de complejidad en su organización política, económica y social. Así, hablamos de la civilización sumeria, egipcia, griega, india, romana, hispana, mexica o tolteca; en efecto, unas han sido mayores que otras, pero todas suponen una cosmovisión colectiva, dinámica, milenaria y transgeneracional.
Si bien toda civilización genera estructuras de gobierno, legales, religiosas y administrativas, así como desarrollo estético, artístico, científico y tecnológico, no es equivalente al Estado ni al gobierno. De hecho, hay Estados que condensan civilizaciones y existen civilizaciones sin Estado, así como potencias sin grandes civilizaciones, como ocurrió con el Imperio mongol de Gengis Khan o con el romano, que, siendo potencias militares vencedoras, a la postre fueron conquistadas culturalmente por los vencidos: los persas y los chinos, en un caso, y los griegos, en el otro.
Más aún, las civilizaciones muertas pueden conquistar a las vivas, como ocurrió con los toltecas -ya extintos-, que conquistaron culturalmente a los aztecas vivos, quienes más tarde serían conocidos como mexicas. Los romanos veían en Esparta - la de Licurgo y Leónidas - un referente para su obrar; Julio César tuvo como modelos a Filipo II de Macedonia y a Alejandro Magno, así como Aquiles lo fue para el propio Magno. De este modo, la civilización trasciende los sepulcros y las noches oscuras del tiempo.
La cultura se manifiesta en todo lo hecho por la persona; la civilización, que es un hipersistema cultural, se revela en expresiones existenciales mediante símbolos petrificados, consumidos y experimentados, que trascienden el tiempo histórico y el espacio geográfico, viajando de generación en generación. La civilización no está exenta de violencia, vejaciones y barbarie, pero no equivale al salvajismo.
La civilización se arraiga en el inconsciente colectivo y se manifiesta en la vida cotidiana: otorga identidad y sentido de pertenencia. Es la obra cumbre de la cultura, pues condensa tanto la luz como la oscuridad de un pueblo que se erige como faro de referencia simbólica.
Salvajismo y barbarie
El salvaje es aquel humano que ha crecido sin ser cultivado, no está domesticado; sin embargo, todos poseemos un lado salvaje. Este salvajismo es violencia natural ejercida sin el tamiz cultural: nuestros propios impulsos vitales y primarios.
En oposición, el bárbaro suele entenderse como quien carece de cultura o civilidad y presenta fiereza y crueldad. Desde la etimología, además, remite al “extranjero” o “ignorante” que no hablaba griego. Sin embargo, la barbarie es un producto de acciones sistematizadas de esa misma tendencia violenta y destructiva mediada por la cultura. Así, toda barbarie es violencia, pero no todo acto violento es barbarie. Mientras privar de la vida al otro es salvajismo cuando no hay cultura, hacerlo intencionalmente mediante dispositivos culturales es homicidio doloso o genocidio. Tampoco un acto culposo o consentido, siendo violento, constituye barbarie, como ocurre en una acción imprudente o en el deporte de contacto.
Resulta falsa la afirmación de Rousseau sobre la existencia de un “buen salvaje”: la bondad y la maldad son humanas y culturales, pues son valoraciones situadas fuera del mundo de la physis. La barbarie nos hace humanos, aunque el pensamiento lerdo o la hipocresía la califiquen de inhumana. Nada de lo humano nos es extraño, ni siquiera la simulación.
La barbarie es hija de la cultura y, cuando esta asciende a la civilización, se vuelve más sofisticada, más brutal y más efectiva que el salvajismo. La barbarie no se mueve por el placer; de ser así, estaríamos ante neurosis o psicosis. La barbarie se mueve por el interés y la eficiencia. El exterminio genocida de las naciones indias a manos de los colonos ingleses - por órdenes y bajo la protección de la Compañía Británica de las Indias Orientales y, posteriormente, del gobierno de Estados Unidos en su primer siglo de vida independiente -, los campos de concentración nazis o el actual exterminio sionista sobre la población de la Franja de Gaza lo evidencian: la barbarie no es salvajismo. En los tres casos subyacen intereses económicos. Es el interés - económico, geoestratégico o político - lo que está en la base de la barbarie.
La tortura y las ejecuciones públicas a manos de instituciones gubernamentales, religiosas o civiles - ya sean legales, extrajudiciales o abiertamente delictivas -, como los actos de fe católicos, la quema de brujas por protestantes, las ejecuciones del narcotráfico en México y Colombia, o los actos genocidas del batallón Azov, muestran la espectacularidad de la violencia bárbara. Esta teatralidad no busca placer: su intención es aterrorizar. Es una estrategia de dominación orientada a garantizar intereses.
Existe, además, otra forma de barbarie: aquella que se ejerce al amparo de lo clandestino y cuyo objetivo es quebrar la moral para alcanzar propósitos específicos. Esta barbarie opera en secreto, pues se ejecuta de manera cuidadosa, reservada y sigilosa. Hacerla pública destruye su efectividad o, al menos, la daña gravemente. En efecto, la barbarie es imposición: una violencia cultural que pretende la unilateralidad para salvaguardar intereses concretos.



