El derecho al olvido: cuando la red no perdona
22 de Diciembre de 2025
Irma Chesty
El derecho al olvido: cuando la red no perdona
Dra. Irma Chesty Viveros
En la era digital, la frase “lo que pasa en internet, se queda en internet” dejó de ser una advertencia y se convirtió en una realidad que pesa como una condena perpetua. Una nota descontextualizada, una acusación falsa o un dato obsoleto pueden perseguir a una persona durante años, afectando su reputación, su empleo y su vida personal.
La desinformación potenciada por algoritmos que privilegian el escándalo sobre la verdad, ha hecho del derecho al olvido una herramienta indispensable para proteger la dignidad humana. Sin embargo, su sola mención despierta suspicacias legítimas:
¿acaso borrar información no equivale a borrar la historia?
La respuesta es clara: el derecho al olvido no implica censura ni amnesia colectiva, sino equilibrio.
Este derecho no otorga una licencia para reescribir el pasado ni para ocultar hechos de interés público. Su verdadero alcance es permitir la eliminación o desindexación de datos falsos, irrelevantes o desproporcionados que ya no cumplen una función social y que, por el contrario, generan un daño injustificado.
Para evitar abusos, su aplicación debe basarse en criterios de ponderación. Al menos cuatro elementos resultan esenciales: la veracidad de la información, su vigencia en el tiempo, el perfil de la persona involucrada y la proporcionalidad entre el daño causado y el interés público de mantenerla accesible. No es lo mismo evaluar la trayectoria de un funcionario que la vida privada de un ciudadano común.
Europa ofrece un referente importante. El Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) ha establecido procedimientos claros y evaluaciones caso por caso, con intervención judicial. Este modelo demuestra que es posible armonizar el derecho a la privacidad con la libertad de expresión.
En México, en cambio, el panorama sigue siendo incierto. Quien intenta eliminar un enlace perjudicial suele enfrentar un laberinto burocrático: buscadores que remiten a la fuente original, fuentes que no responden y un daño que se prolonga mientras la reputación digital se erosiona día a día. La víctima queda atrapada en una indefensión silenciosa, amplificada por la velocidad de la red.
El verdadero desafío no consiste en borrar el pasado, sino en impedir que lo falso o irrelevante determine el futuro de las personas.
El derecho al olvido debe entenderse como una forma de justicia reparatoria, una oportunidad para corregir excesos informativos y permitir la reintegración social. Pero también exige límites claros: no puede ser utilizado para encubrir actos de corrupción ni para suprimir verdades incómodas.
Necesitamos marcos legales y éticos que nos permitan olvidar el estigma sin sacrificar la memoria colectiva. Solo así lograremos que internet deje de ser una condena eterna y se convierta, verdaderamente, en un espacio de información responsable. Algunas generaciones apenas comienzan a comprender las consecuencias de la permanencia digital; otras, lamentablemente, ya las han sufrido.



