SENTIDO COMÚN
Gabriel García-Márquez

DESPUÉS DEL DILUVIO, LA TRAGEDIA QUE AZOTÓ A LA HUASTECA

13 de Octubre de 2025

Gabriel García-Márquez


Despertar después de la tormenta atípica, como ahora las llaman los meteorólogos para disfrazar lo que en realidad fue un cataclismo, es como abrir los ojos después de una pesadilla y descubrir que el horror sigue allí, tangible, en el lodo, en los rostros cansados, en las lágrimas que ya no distinguen si son de lluvia o de tristeza. Así amaneció Poza Rica después de una noche de terror en la que cayó sobre la ciudad y toda la región huasteca una cantidad de lluvia nunca antes registrada. El ciclón Raymond llegó con la fuerza de dos huracanes juntos arrasando con todo a su paso: calles, viviendas, comercios, hospitales y sueños. El agua, que siempre ha sido símbolo de vida, se convirtió en verdugo implacable. Entró a las casas sin pedir permiso, se llevó coches nuevos y viejos, destrozó lo que encontró y dejó tras de sí una estela de destrucción que todavía no termina de contarse. UNA MADRUGADA DE TERROR Los testimonios se repiten con la misma voz quebrada: nadie estaba preparado. Las lluvias comenzaron con fuerza al caer la tarde y, en cuestión de horas, los drenajes colapsaron. Las avenidas se transformaron en ríos furiosos que se tragaron lo que el agua encontraba. Familias enteras se refugiaron en los techos, otros se aferraron a lo que pudieron para no ser arrastrados. “Lo único que importaba era salvar la vida”, cuenta una mujer que logró salir de su casa antes de que la corriente la cubriera por completo. Las clínicas privadas y hospitales públicos también fueron rebasados por el agua. El personal médico trató de rescatar equipo y pacientes, pero la fuerza del torrente no dejó espacio para mucho. “Era inútil, el agua entraba como si el río se hubiera mudado a la ciudad”, relata un enfermero que pasó la noche ayudando a mover camas entre pasillos oscuros.
CARRETERAS ROTAS Y COMUNIDADES AISLADAS Las lluvias no solo golpearon Poza Rica. En toda la Huasteca, las carreteras se trozaron, hubo deslaves, hundimientos y caídas de puentes. Pueblos enteros quedaron incomunicados. En los ranchos cercanos a los ríos, el ganado buscó refugio en las partes altas. Las vacas que no lograron salvarse fueron arrastradas por la corriente y, ante la tragedia, la gente las destazó antes de que el río las convirtiera en cuerpos inservibles. Los túneles de la autopista México-Tuxpan quedaron taponeados de lodo. El tráfico está detenido y las autoridades advierten que pasarán días antes de que se pueda restablecer la circulación. Mientras tanto, el aislamiento empieza a cobrar factura: falta agua potable, los alimentos escasean y los víveres no llegan a muchas comunidades. ENTRE LA SOLIDARIDAD Y EL SAQUEO En medio del desastre, también afloró lo peor del ser humano. Mientras voluntarios y vecinos se organizaban para rescatar a los atrapados, otros aprovecharon la confusión para saquear tiendas y robar lo que encontraban, aunque no lo necesitaran. Televisores, electrodomésticos y ropa fueron arrancados de los comercios que aún resistían el embate del agua. “Es triste, la gente debería unirse, no destruir más”, lamentó un comerciante “Es triste, la gente debería unirse, no destruir más”, lamentó un comerciante que vio cómo su local era saqueado tras haber resistido el temporal.
IMÁGENES DEL HORROR Las redes sociales se llenaron de videos impactantes. Autos flotando como juguetes de plástico, corrientes que devoraban calles enteras, personas que intentaban salvarse sin lograr aferrarse a nada. En uno de los videos, se escucha la voz temblorosa de alguien que, al ver a un hombre ser arrastrado por el agua, solo alcanza a decir: “Ese ya está muerto”. Nadie sabe aún cuántas víctimas dejó la tempestad. Se habla de decenas de desaparecidos, pero las cifras oficiales todavía no llegan. Lo cierto es que la tragedia apenas comienza a dimensionarse.
EL COSTO DEL OLVIDO ¿A quién culpar? La pregunta se repite en cada esquina. Algunos miran al cielo y hablan del cambio climático. Otros voltean hacia los gobiernos, que hace unos años decretaron la desaparición del Fondo de Desastres Naturales (Fonden), un mecanismo que, con todos sus defectos, permitía atender con rapidez emergencias como esta. Hoy, cuando más se necesita, no hay recursos listos ni protocolos claros. Y aunque el Plan DN-III sigue vigente, los soldados que antes eran los primeros en llegar a auxiliar a la población hoy están ocupados en otras tareas, construyendo aeropuertos y cuanta obra de infraestructura les encargan, mientras la gente de la Huasteca intenta sobrevivir entre el agua y el lodo. LECCIONES QUE NO DEBEN OLVIDARSE Esta tragedia, como muchas otras que ha vivido México, podría convertirse en una oportunidad para corregir el rumbo. Para entender que el cambio climático ya no es un concepto abstracto, sino una amenaza tangible. Que las políticas públicas deben prever, no lamentar. Que el Fonden, o cualquier otro mecanismo con distinto nombre, debe regresar, no como un fondo burocrático, sino como una herramienta eficaz de protección civil como fue su origen en 1996 cuando fue creado. También debería servir para replantear la infraestructura médica. Hospitales y clínicas que no resistieron la tormenta deben ser reconstruidos, equipados y preparados para emergencias. La prevención, y no la improvisación, debe ser la lección que deje este diluvio.
DESPUÉS DE LA TORMENTA Hoy la Huasteca continúa con un cielo gris y un silencio que pesa. El agua comienza a bajar, dejando a su paso el olor a tierra mojada y tristeza. Los vecinos salen a limpiar el lodo de sus casas, a rescatar lo poco que quedó. Algunos rezan, otros lloran, todos esperan. Porque, como dice la sabiduría popular, “después de la tormenta viene la calma, y después del caos viene el orden”. Pero para que esa calma llegue de verdad, hará falta más que sol: hará falta memoria, responsabilidad y empatía. Que esta tragedia sirva como un recordatorio de que la naturaleza no perdona, y que los gobiernos que olvidan su deber con la gente, tarde o temprano, terminan ahogados en sus propias omisiones.
La tragedia no se limitó a Poza Rica. El norte de Veracruz y toda la región huasteca amanecieron devastados. En Veracruz, se reportan daños en 48 municipios, entre ellos Álamo Temapache, Papantla, Coatzintla, Cerro Azul, Tihuatlán, Espinal, El Higo, Zontecomatlán y Gutiérrez Zamora.

En los estados vecinos, la situación es igualmente crítica: Huauchinango, Xicotepec, Pahuatlán, Tlacuilotepec y Francisco Z. Mena en Puebla, así como Huejutla y municipios aledaños en Hidalgo, sufrieron deslaves, hundimientos y el desbordamiento de ríos.
Ahora solamente resta esperar a que se realice el recuento de los daños y comience la reconstrucción, siempre y cuando las inclemencias del tiempo lo permitan.

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