Pienso, luego resisto
Fernando Tranfo

El día de Epicuro

22 de Julio de 2017

Fernando Tranfo


Todos los 20 de julio, en la república Argentina (y tengo entendido que en España, Uruguay y Brasil, también) se celebra el día del amigo.

Como todos los años, durante esta efeméride, ocurren una serie de hechos más o menos previsibles, a saber:

Como producto del liviano significado que las redes sociales le dan a la palabra “amistad”, recibimos de a millones los saludos de gente conocida, querida, pero no amiga.

Como producto del liviano significado que las redes sociales le dan a la palabra “amistad”, no recibimos el saludo de nuestros verdaderos amigos.

La TV se llena de simpáticos y ocurrentes avisos donde en cámara lenta se muestran escenas típicas de situaciones en que la amistad fluye (junto con la cerveza, que es lo que el aviso quiere en verdad que fluya).

Los lugares propicios para festejar este día no tienen espacio libre, por lo que la mayoría de los amigos no pueden encontrarse y terminan enemistados.

Los lugares propicios para festejar este día no tienen espacio libre, no obstante esto, algunos amigos pueden encontrarse, pero tan incómodos que la pasan horrible y terminan enemistados.

Los grupos de WhatsApp son demasiados, y como desde cada uno se convoca a festejar el día, la mayoría no puede juntarse a festejar y terminan enemistados.

El encuentro entre algunos amigos termina siendo un encuentro entre dos, que se dan cuenta de que en realidad son más que amigos.

A las dos de la mañana, con una copa de más, todos creen ser “amigos con derechos”.

Por otra parte, como tantas otras fechas que se postulan como merecedoras de “el día de…”, ésta es una efeméride cuya justificación está bien lejos de ser unánimemente aceptada; de hecho, tal como he señalado, no se festeja en todas las latitudes. No quiero decir con esto que haya gente que se niegue e festejarla, porque bien sabemos que esto tiene poquísimo que ver con las razones que la fundamentan: todo lo que sea motivo de abrazo, beso, regalo y especialmente brindis, se festeja con absoluta convicción, sin saber si es el día de la madre, fin de año, día del amigo, San Valentín, San Patricio, el día de la Independencia o el propio cumpleaños.

No, acá el problema es que el día de la amistad debe su razón de ser a…la llegada del hombre a la Luna. La iniciativa, creativa y bien intencionada por cierto, parte de una gran idea propuesta por un argentino: que la llegada del ser humano a la Luna fue un momento de comunión universal, un logro que nos hizo a todos partícipes de una hazaña que excede las banderas y las fronteras.

Pero hay un “pequeño” problema. No, no me voy a detener en cuestiones vinculadas con el fuerte sentimiento de recelo que hay contra Estados Unidos en muchas partes del orbe, sino en algo más básico y simple, que obstruye la posibilidad de relacionar la llegada a la Luna con la amistad: hay mucha gente que no cree en ella (en la llegada a la Luna, no en la amistad). Con mi amigo, el farmacéutico, aplicador de inyecciones e hincha de San Lorenzo, Ale Azulay, somos afectos a las teorías conspirativas y, no solo creemos que ningún ser humano ha pisado la Luna, sino que creemos que no ha podido hacerlo…porque la Luna no existe (no sé si Ale logra demostrar que esta teoría conspirativa es real, pero si hay algo que demuestra desde hace cuarenta años, créanme, es que la amistad sí lo es).

Por otra parte, suponiendo que esto no sea así (o sea: que la Luna exista y el ser humano haya llegado a ella), parece forzada la idea de que esto represente una especie de comunión universal que remita a algo tan sagrado y hermoso como la amistad. Digo: ¿hay imagen que recuerde menos a los amigos que Neil Armstrong saltando solo en la Luna? Salvo que en ese momento el bueno de Neil estuviera pensando “No veo la hora de volver a la tierra para contarles a los muchachos cómo los extraño” o “La Luna está más sola…que un bar sin amigos”...

Por eso quiero, después de esta larga introducción, postular la verdadera tesis de este ensayo: que el día del amigo debería honrar el nacimiento del filósofo que mejor representó este glorioso rol: el gran Epicuro de Samos, filósofo griego del siglo IV a. C.

A Epicuro se lo conoce (mal), fuera de los círculos eminentemente filosóficos, porque su nombre suele aparecer, literal o ligeramente deformado en adjetivos o adverbios (epicúreo, epicúreamente) en muchas de esas revistas que pueblan los consultorios médicos, cuyo propósito es mostrarnos todas las cosas que nunca podremos hacer en la vida: visitar hoteles lujosos, playas paradisíacas, comer platos exquisitos y degustar vinos refinados. “Mundo epicúreo”, nos advierte una página, y en ella se ve una costa de arenas blancas, mar azul y calmo, poblada de todo tipo de anatomías en estado de perfección. En verdad éste es un uso exageradamente capitalista y “hedonista” de la filosofía de Epicuro, que si bien reducía la búsqueda de la felicidad a la vivencia de la mayor cantidad de placeres y la menor cantidad de dolores, luego, a diferencia de Aristipo de Cirene (un casi contemporáneo suyo, fundador del “hedonismo” en el sentido más desenfrenado del término), buscaba una serie de reflexiones tendientes a lograr que ese placer no perdiera la senda griega de la mesura.

No es este el momento de analizar en profundidad la filosofía de Epicuro (cosa que invito, por supuesto, a que hagan) sino el de hacer hincapié en una de sus convicciones nucleares, que atraviesa de modo trasversal toda su vida y su pensamiento (que, como ocurre con los grandes filósofos, eran lo mismo): la forma más perfecta y noble del amor es la amistad. No otra cosa era el “Jardín de Epicuro” (que en estas latitudes suele usarse como nombre de Hoteles alojamiento), una especie de perpetuo día de la primavera, en el que un grupos de amigos y amigas desandaban los días de la vida dialogando, comiendo y bebiendo sin excesos, gustando los placeres del erotismo moderado, sin el ominoso fantasma disciplinante de la monogamia.

Como ha ocurrido con todos los griegos geniales, se le ha reconocido al maestro de Samos ser el precursor de ciertos movimientos modernos como el de los hippies o el de cierta forma de anarquismo, pero estos reconocimientos, más allá del riesgo anacrónico que siempre corren, no deben hacernos perder de vista el propósito esencial de esta vindicación: que Epicuro fue, por encima y por debajo de cualquier otra característica, un ser amado por sus discípulos, quienes más que como a un maestro sagrado, lo veían como a un amigo inigualable, tierno, afectuoso, carismático, que usaba cada gota de su sabiduría y su inteligencia en producir las formas más bellas del arte de vivir.

Gran escritor de cartas (que lamentablemente se han perdido casi en su totalidad), solía enviar muchas de ellas a sus amigos de todo “el mundo” antiguo, lo que hace pensar que hoy perfectamente podría ser una entusiasta usuario de Facebook, tal vez con más seguidores que Justin Bieber (quiero pensar eso, aunque es probable que el genio de Samos fuera opacado, no solo por ídolos teens, sino por algún video de un gato peleando con un ovillo de lana).

Así es que: nada de hombres solos con escafandras en dudosos paisajes lunares, nada de banderas que flamean donde no hay atmósfera, ni naves feas como un insecto de metal en medio de una playa sin mar y llena de agujeros.

Que el símbolo del día del amigo sea el del nacimiento del gran, hermoso, vital, Epicuro, ese amigo de todos y todas.

Ah…hay un problema (yo, como amante de la filosofía, soy un experto detector de problemas pero un pésimo especialista en solucionarlos)… No sabemos en qué fecha nació Epicuro

OTRAS ENTRADAS

Pienso, luego resisto
Fernando Tranfo

22 de Enero de 2018

04 de Diciembre de 2017

27 de Noviembre de 2017

08 de Noviembre de 2017

30 de Octubre de 2017