Pienso, luego resisto
Fernando Tranfo

¿SUEÑAN LOS ALGORITMOS CON OVEJAS ALGORÍTMICAS?

22 de Enero de 2018

Fernando Tranfo


¡Hola amigos de México! En primer lugar, me disculpo porque hace unos meses que no les escribo, es que hubo huelga de musas en mi mente y no quería enviar algo indigno de este hospitalario espacio que (y esto es lo que debo decir en segundo lugar) está cumpliendo un año de existencia…¡Chapeau pues, amigos y amigas de Los Editores!

Y vamos, ahora, al tema que quiero compartir con ustedes.

Declaro para comenzar, y para que empiece a tomar algo de sentido el extraño nombre de este artículo, que más allá de no ser un lector entusiasta de ciencia ficción, y mucho menos de Philip Dick en particular, siempre he sentido, como escritor, una envidia de esas a las que se les llama “sanas” por el nombre de la que acaso es la más afamada de sus novelas: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que fuera magistralmente llevada al cine por Ridley Scott, bajo el nombre de “Blade Runner”. Maravilloso el nombre del libro, genial, incomparable y, en lo que a mí respecta, fue esta película la que despertó ese miedo ancestral que tenemos los humanos a que un artefacto tome conciencia (sí, ancestral, porque es un miedo anterior al desarrollo de la tecnología moderna).

Por supuesto que el avance específico de la nominada “inteligencia artificial” pone esta cuestión en agenda del día; ya es parte del paisaje cotidiano que en un informativo nos digan la temperatura, el resultado de los partidos de fútbol, los romances del mundo del espectáculo, las noticias policiales más truculentas…y la buena nueva, aún no confirmada, de que un robot inventado por no sé qué empresa parece haber tomado vida propia y conciencia reflexiva.

Creo que este tipo de noticias admite, a grandes rasgos, las siguientes interpretaciones: a) suelen ser rumores infundados, porque de otro modo estaríamos ante la noticia más importante de la historia humana o, para decirlo mejor, anta la última noticia de la historia humana b) tal vez sean noticias verdaderas, que terminan siendo tapadas por el romance entre tal actor y tal actriz (y acaso las referidas estrellas ya no sean personas sino androides, y no nos dimos cuenta) c) pueden ser también acontecimientos puramente técnicos, a los que algunos tecnófilos les dan una relevancia metafísica que no tienen d) tampoco hay que exagerar con la valoración de la conciencia reflexiva, los economistas neoliberales no la tienen y nadie los acusa de androides…

Bueno, pero vamos, todavía suena medio desmesurado eso de “inventaron en Japón un auto que se maneja solo, choca solo y discute consigo mismo”, o la imagen de esos cachivaches de silicio que saltan y corren pelotas, anunciados con pompa: “En la feria de inventos de Berlín, presentaron un robot que ladra, muerde, mueve la cola y hace pis en los árboles…”. ¿Ah sí? pues déjenme decirles que ese robot existe hace milenios: se llama perro.

Como verán, el tema que me ocupa (y preocupa) es el de los algoritmos, algo que ya había desatado mi ira tan humana cuando les conté cómo a veces Netflix (y sus algoritmos) se equivoca al creer saber qué película quiero ver, a partir de otras que ya vi. Hoy quería contarles otra perplejidad al respecto, y proponerles un modesto pero revolucionario experimento.

Hace algunas semanas me querida madre, Kuki, me pidió si le ayudaba con la computadora a buscar precios de hoteles en Piriápolis, una hermosa, tranquila y amable ciudad marítima de la costa uruguaya. Pasamos la tarde entre mate y mate viendo precios, comodidades y esas cosas, hasta que finalmente desistimos de darle al proyecto forma definitiva. Pero claro, para los algoritmos de Silicon Valley yo (yo, no mi madre) estaba interesadísimo en ir a Piriápolis, de modo que, desde ese día hasta hoy, no dejan de aparecerme ofertas para visitar esas bellas playas charrúas.

Lo inquietante, por no decir insoportable, es que el obstinado algoritmo hace su aparición en contextos ciertamente insólitos, cuando no absurdos, demostrando que por ahora es un obediente guarismo que no tiene la menor idea de quién soy (cosa que, ya sé, bien puede predicarse de mí mismo). Pongo un video de Oasis y me aparece “Hoteles en Piriápolis”, pongo un video de Maradona y otra vez se entromete Piriápolis, busco la reseña de algún libro que me interesa y de nuevo los hoteles uruguayos copan la parada. Pero la más insólita de estas irrupciones ocurrió ayer, y fue al cabo la que motivó que escribiera esto: estaba investigando el concepto de angustia en Kierkegaard, leyendo varios ensayos subidos a la red, sumido en las profundidades del Sócrates danés; ya casi me había mimetizado con sus temores y temblores, cuando desde un ángulo de la pantalla de mi PC aparecieron unas construcciones medio coloniales con unas palmeras adornándolas y el aviso, a modo casi de amenaza: “¡Hotel X en Piriápolis, aprovechá las últimas plazas disponibles! Y entonces ahí me di cuenta de que el algoritmo es, además de inoportuno, superficial, ignorante y banal. ¿No sabe el algoritmo que luego de leer a Kierkegaard lo que uno menos quiere hacer es ir a una playa paradisíaca? ¿No se notificó la central de genios de Silicon Valley que el disfrute hedonista de la vida tiene que ver con lo que el existencialista danés llama “estadío estético”, que es la primera etapa del camino de la angustia hacia su verdadera realización, que pasa por el período ético para por fin llegar al religioso? ¿Desde cuándo la angustia se alivia con palmeras?

Bueno, ahora la propuesta: tomémonos un tiempo de nuestras vidas para distraer la lógica de estos algoritmos sabelotodos. Busquemos durante días precios de tablas de surf, aunque no nos importe nada el surf (o precisamente porque no nos importa); es cierto, luego deberemos soportar que nos envíen todos los días, a cada minuto, información de surf, de tablas, de olas, de mareas, cuando en verdad a nosotros no nos gustan ni la arena, ni el mar ni el sol. Así podremos sentir que el logaritmo se vuelve loco, y veremos eso como un modesto triunfo de nuestra especie.

Ah…dos observaciones finales: a) tal vez los humanos no seamos otra cosa que un logaritmo que se volvió loco b) si le hacemos al logaritmo esta trampa y se da cuenta de que lo estamos haciendo, entonces estaremos en problemas…


Fmc

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