Pienso, luego resisto
Fernando Tranfo

Maradona vs. Messi: una comparación oDIOSa…

26 de Abril de 2017

Fernando Tranfo



Los argentinos somos expertos en muchas cosas, pero creo que la capacidad de generar antinomias es una de nuestras notas características. Por estas tierras ahora le llaman a esos enfrentamientos ideológicos irreconciliables “grieta”, pero ese apelativo fue un invento de cierto periodista cuyo nombre omitiré caballerosamente, con quien me desune la grieta que él postuló (este comunicador es en sí mismo una paradoja, pues pasó de la centroizquierda a la centroderecha sin grieta en el medio). Hablaré pues, de antinomias, un término más académico, más antiguo, más filosófico y, por ello, más universal.

Decía: los argentinos, desde el fondo de nuestra historia, somos expertos en antinomias: Unitarios vs. Federales, Civilización vs. Barbarie, Peronistas vs. Gorilas (y sus diversas versiones: Nacionalistas vs. Cipayos, Populistas vs. Liberales), Boca vs. River, Soda Estéreo vs. Los Redondos…los ejemplos podrían multiplicarse exponencialmente: siempre que algo despierta pasión, algo despierta la pasión contraria. Desconozco si ésta es una característica de la “argentinidad” o una confirmación de que el señor Hegel algo verdadero intuyó (y antes que él, Heráclito…y antes que él, Lao Tsé), pero en los últimos tiempos ha aparecido en Argentina una antinomia que ni un casting de adivinos, profetas y futurólogos podría haber sospechado 15 años atrás: Maradona vs. Messi.

Hace unos días, en la sobremesa de un asado (por ahora no hay en Argentina, que yo sepa, una antinomia Asado vs. Ravioles, pero, quién te dice…) debatíamos unos muchachos sobre temas varios: mujeres (en voz baja, porque cerca estaban nuestras esposas), política (increíblemente, el liberalismo nos había unido: todos coincidíamos en cómo las políticas liberales del nuevo gobierno nos estaban afectando negativamente) y, por supuesto, fútbol. La charla navegaba por aguas polémicas pero todavía tranquilas, cuando el Chapa, cerveza en mano, gesto seguro, voz de locutor, tiró sin más: “Messi es cien veces mejor que Maradona…”. Silencio sepulcral, como el que se pronuncia cuando algo sagrado se ha profanado. Como el resto de los muchachos era más amigo del Chapa que yo, creí que me correspondía a mí el honor de defender al gran Diego de semejante injuria.

Lo primero que pensé fue: “Nadie es cien veces más que Diego, como nadie puede ser cien veces más linda que Marilyn Monroe, ni componer música cien veces más hermosa que Los Beatles…”. Luego siguió a eso una ardorosa discusión, donde el Chapa y yo preferimos amablemente ver qué nos unía y no qué nos separaba: él reconoció que decir “Cien veces…” no ayudó mucho a discutir la cuestión, y yo reconocí que ese modo de decir había sacado lo peor de mí, un costado anti-Messi que ciertamente no tengo.

Pero lo importante no son los pormenores de aquella discusión, sino que la misma pueda existir. Insisto: nadie podría haber conjeturado que alguna vez alguien diría a viva voz que un jugador (¡argentino!) es mejor que Diego, pero ahora es posible, y por eso es posible la antinomia.

Lo que sigue ahora es un exhaustivo análisis (tan exhaustivo como le es posible a mi inteligencia) de algunos de los muchos aspectos que esta antinomia permite como material de reflexión. Ahí vamos pues, con unas modestas taxonomías.

En primer lugar, como corresponde, hay que mencionar brevemente las condiciones de posibilidad de este conflicto. Creo pues, que el hecho de pertenecer a una cultura monoteísta y monogámica, obra como telón de fondo a la cuestión. Dicho de otro modo: una cultura que suele creer que solo puede existir un Dios y que solamente se ama de verdad una vez, es poco propicia (cuando no lisa y llanamente enemiga) de la posibilidad de que coexistan en el mismo cielo dos dioses. Hay un detalle interesante al respecto: hace algunos años, cuando Lionel daba sus primeras muestras de genio sobrehumano, se jugaba con que “Messi” era el “Messías”. Esto no solo no nos molestaba a los maradonianos, sino que dejaba intacta la estructura jerárquica de nuestra creencia: Diego era Dios, Lionel el mesías. Algo de esto tomó un vuelo teológico que generaría la envidia de toda la edad media, cuando en el mundial 2010 Diego fue técnico y Lío jugador. Eran el padre y el hijo, esperando que una milagrosa victoria en el mundial consumara la santísima trinidad del fútbol. Pero los alemanes, se sabe, tienen una particular manera de entender los fenómenos teológicos, y nos metieron 4 y nos bajaron del cielo a la tierra.

A partir de allí se dio una silenciosa batalla entre los que amábamos a Messi “en Diego” y los que soportaban a Diego “por Messi”. Esta es la primera taxonomía: hay gente (yo, por ejemplo) que no puede amar a Messi porque siente que eso es traicionar a Diego. Nótese que no digo que le tengo bronca a Lionel o que niego que sea un jugador de la misma valía que Maradona; digo, simplemente, que no puedo quererlo con toda mi pasión. Están del otro lado quienes aman a Messi porque odian a Diego, y ese amor a Lio es un tiro por elevación para negar la divinidad del genio de Fiorito.

Luego hay otra taxonomía que tiene que ver con la edad. Haciendo uso del método que alguna vez usó Durkheim para fundar la sociología, puedo decir que, en líneas generales, las personas de más de 40 años tienden a negar los atributos de Messi un poco torpemente e hipertrofiar los de Diego, y los menores de 20 hacen lo mismo pero a la inversa. En cualquier caso, más allá de las negaciones, estamos en presencia de un amor por la positiva: por un lado, los que creemos que Maradona fue lo más maravilloso que existió con una pelota en los pies; por el otro, los que creen lo mismo de Messi. En el medio, hay una franja medio esquizoide que hace lo que puede con lo que siente. Son los de treinta y pico: El Chango García, Fede Barela, Santiago Aragón y Andrés Miquel son ejemplos de esto: dicen amar a Diego y a Messi con igual ardor. No les creo, tal vez porque es lo que yo quisiera sentir y no puedo. Por supuesto que hay excepciones para cada franja etaria, lo cual demuestra, una vez más, que la sociología no es una ciencia (sí, como verán, yo alimento la antinomia Filosofía vs. Sociología).

Otra cuestión tiene que ver con las razones por las que amamos a nuestros ídolos. Aquí, creo, hay otra taxonomía entre los “cualitivistas” y los “cuantitivistas”. Es obvio que los números de Messi son un escándalo de la matemática aplicada al fútbol. El muchacho hace un gol cada quince minutos, y esto es algo frente a lo cual el genio de Forito tiene muy poco que hacer. Con todas las copas que tiene Lío en su vitrina se podría llenar un salón de baile. Pero nosotros, los maradonianos, insistimos en que más no es mejor, y que lo que importa no es la cantidad de goles, sino lo significativo que éstos hayan sido. No me meteré en cuestiones vinculadas con el temperamento o el carácter, porque en esto también el fanatismo sesga lo que vemos: por lo mismo que a Maradona lo odian nosotros lo amamos. Nosotros no queremos a Diego “a pesar” de sus defectos sino “gracias a” ellos. Nos gusta el Diego orgiástico, desmesurado, imprevisible, indomable, y no pensamos que eso le impidió ser un gran deportista, porque eso, justamente, lo hizo ser un gran hombre. Tampoco haré mención a ciertas circunstancias históricas que Lionel no pudo haber elegido (digo: el geniecillo rosarino no es responsable de que el partido más importante de la historia, repito, de la Historia, haya sido el Argentina-Inglaterra post Malvinas).

La última cuestión tiene que ver con la identificación: las personas más grandes, no pudimos construir con Messi un vínculo de esos que son tan comunes entre los jugadores argentinos y sus hinchas. Recién ahora, que hay un par de generaciones plenas globalizadas, Messi parece entrar en el corazón de muchos argentinos. Nosotros, los que crecimos escuchando los partidos en la radio, yendo a la cancha con el viejo, no nos identificamos ni emocionamos con el himno de la Champions, y de esto no es culpable Lionel, pero nosotros tampoco.

Dos últimas a favor de Lío (para que vean la humildad que tenemos los maradonianos). Una: no hace falta ser Freud para darse cuenta de que proteger a Diego es una manera de proteger nuestro pasado, que es sagrado como toda memoria. No obstante esta posible objeción, seguiremos defendiendo a Diego hasta nuestra última gota de sudor, de voz, de dignidad, porque de este modo sentimos que estamos devolviéndole “un poquito así” de todas las veces que nos sentimos defendidos por él.

Para finalizar, y para que vean que quienes no amamos a Messi sabemos que este “no amor” nos priva de un manantial inagotable de belleza, tal vez (tal vez) equivalente a la que alguna vez nos regaló Diego, les dejo un cuentito inédito que escribí inspirado por este conflicto futbolístico-emocional, y que espero será parte de mi próximo libro. El cuento se llama “Peor lo mío”, y dice:

En el cementerio municipal de Nápoles, unos días después de que el equipo de la ciudad se consagrara campeón de la liga italiana por primera vez en su historia, de la mano del gran Diego, alguien escribió en las paredes de entrada a la ciudad de los difuntos una frase que demostraba, por si todavía hacía falta, que la muerte, el arte y el fútbol son tres ámbitos propicios para que aparezca lo sublime. La genial frase, que ocupaba todo el ancho de una extensa pared, era una especie de gran epitafio al revés, en el que un vivo le decía a los muertos: “No saben lo que se perdieron”.

Hace poco, viendo un documental sobre Diego, al ver nuevamente la imagen del paredón con la célebre frase, pensé: “En serio…lo que se perdieron. Peor yo, que me perdí a Messi sin tener la excusa de haberme muerto…”.

OTRAS ENTRADAS

Pienso, luego resisto
Fernando Tranfo

22 de Enero de 2018

04 de Diciembre de 2017

27 de Noviembre de 2017

08 de Noviembre de 2017

30 de Octubre de 2017