La Cocina de la Historia
Ema Cibotti

CUANDO LA FICCIÓN SE HUNDE EN EL LABERINTO DE LA HISTORIA

16 de Julio de 2018

Ema Cibotti


@emacibotti

Leer requiere un esfuerzo, y cada quien debe hacerlo en solitario. Lo que digo a continuación no pretende disminuir la tarea personal de la lectura, la más grata de todas las que conozco, la mejor de todas. Simplemente deseo señalar lo que sucede cuando la autoría rompe el pacto con el lector que necesita creerle y esto sucede cuando se vinculan mal los personajes de una novela con las personalidades históricas.

La Historia tiene sus leyes y las intuye el pasado vivido que todos llevamos dentro. Por eso cuando la ficción las desafía y agrede, ese juez insobornable que es el tiempo, sanciona el anacronismo, señala la falta de veracidad y expone todos los errores que irritan la lectura más serena.

Solo quien domina el pasado narrado evita el campo minado y puede inventar en su trama sucesos que podrían haber pasado porque son verosímiles y no tropiezan con el reclamo de lectura que exige un registro fiel de los hechos históricos novelados.

Un dato equivocado puede ser error de imprenta pero la falsedad es inadmisible. El libro se devalúa, su estructura queda afectada. La trama histórica no puede retorcerse, el sucederse de las cosas no es caprichoso porque los hechos están interrelacionados.

Por lo tanto post-datar o ante-datar un acontecimiento, hacer lo mismo con una interpretación o con opiniones vertidas en una época determinada, produce un efecto nocivo, genera confusión, desnuda la ficción que gira en el vacío sin anclaje histórico, resta credibilidad al escritor y agrieta la lectura.

Hay muchos ejemplos para analizar. Elijo comentar el último texto así malogrado que tuve entre mis manos.

Se trata de la novela del escritor español Arturo Pérez Reverte, El tango De La Guardia Vieja, 2 edición, Buenos Aires, Alfaguara, 2015. El título es muy atractivo, justamente porque es de ficción pero la historia del tango lo encorseta. Entonces el cotejo resulta ineludible, pero el escritor tropieza y falla, no una, sino varias veces.

Primero coloca en boca de su personaje principal –un bailarín de tango- una versión sobre los orígenes del tango que lo adscribe a los burdeles y los bajos fondos porteños hacia 1890. Según esta versión el tango sería un su origen un pecaminoso fruto prohibido aunque lo cultiven los niños bien, eternos transgresores de clase y recién avanzada la década del 10 lo habrían aceptado los porteños pues habría vuelto adecentado de París aunque ya no se bailará como en sus orígenes. La versión de marras es pródiga en adjetivaciones según quien la dicte y fue muy difundida entre los intelectuales de los años 30.

El problema de la misma es que no tiene fuentes. Por el contrario, cualquiera que haya buceado en los archivos sabe que los documentos la desmienten. Crónicas de diarios y revistas, memorias, folletines y la misma traza urbana porteña identifican las cunas del tango, varias y variadas, porque la ciudad no tuvo guetos y el laicismo imperante impidió los vetos, aunque en algunos hogares de la élite se tuviera que practicar a escondidas de los padres. Así pues, os burdeles, los peringundines, las “casitas” pero también los conventillos y los patios en los carnavales, los teatros, las esquinas y las veredas, la calle larga, en fin, todos éstos fueron lugares de encuentro, de tango, de la ciudad y los suburbios. No solo para la música y sus ejecutantes, sino también para el baile sobre el que hay registro y descripción en la prensa de la elite ya desde 1896. Las columnas periódicas nos ofrecen en detalle lo que sus reporteros supieron ver entre inmigrantes y criollos, uno de ellos escribe: “la base es el ritmo, la intención es el cariño”.

Pero el autor no solo toma como un hecho lo que es una controvertida versión de época, sino que la anticipa y la pone en boca de su personaje antes de que la misma circulara en el diario Crítica y en la revista Caras y Caretas lo que sucedió recién después de 1930. Y el anacronismo se agudiza cuando el autor menciona tangos que todavía no habían sido estrenados en el momento en el que transcurre la trama. La incongruencia es completa y la distancia entre ficción y realidad histórica realmente fatiga.

Y es una bofetada que mencione un kiosco de diarios con la sonrisa de Gardel en la portada de Caras y Caretas porque la revista nunca tuvo a Gardel en tapa, ni siquiera cuando llegó la noticia de su trágica muerte en Medellín en junio de 1935. Y es que era una publicación que primero satirizaba a los hombres de gobierno, a los políticos, inclusive a los extranjeros y en segundo término comentaba la actualidad sociocultural, teatral y musical y así le dedicó a Gardel alguna página interior.

Pérez Reverte no supo imaginar el escenario de su trama central, la Buenos Aires de fines de la década del 20. Una sociedad de mezclas con la impronta del ascenso social y la dinámica de la innovación de los sectores medios que habían hecho la Reforma Universitaria en 1918, proceso que los letristas acompañaron con los llamados “tangos del Internado”, porque se los dedicaban a los estudiantes de Medicina.
Su desconocimiento de la historia porteña lo lleva a ubicar a sus personajes en una Barracas al Sur tan marginada que sus parroquianos soportan sin inmutarse el ruido de unos tangos irreconocibles en una pianola de cilindros. A fines de los ´20 esa pieza había desaparecido de circulación. Y ciertamente tampoco quedaban tríos tocando porque el desarrollo musical de la población lo impedía y además había trabajo para los músicos. La radio había regenerado y multiplicado los públicos y los receptores entraban en las casas mientras los aficionados se alfabetizaban escuchando a las orquestas más complejas de la Guardia Nueva nacida a comienzos de la década del 20. Barracas al Sur estaba, claro, integrada a la ciudad.

En definitiva, aunque la novela no se agota en estas escenas mal construidas, sí queda muy afectada.

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