Sententiis
Álvaro Miguel González

¡El Lobo! ¡El Lobo!

20 de Enero de 2017

Álvaro Miguel González


¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad.
Jorge Luis Borges

Aún guardo en mi recuerdo aquellos lejanísimos días en que la capital del país se vestía de fiesta, cuando cientos de niños y gente de todas las condiciones sociales se volcaban al aeropuerto Benito Juárez y a las principales avenidas agitando banderitas de papel, de México y Estados Unidos de América, para recibir con algazara al presidente norteamericano John F. Kennedy, quien en pulido coche descubierto, al lado de su apreciado anfitrión, presidente Adolfo López Mateos, avanzaba sonriente en medio de lluvia nutrida de papelitos multicolores. Todo eso ya no es más… ni lo será de nuevo.

La ascensión de Donald Trump a la primera magistratura del poderoso país del norte, conjuntamente con el catastrófico desempeño y desprestigio de nuestro presidente y todo su gobierno, no sólo auguran tiempos escabrosos para México y el mundo sino que –además – nos sumergirán en la tradicional espiral de quejumbre, maledicencia, memes, chistoretes, opinionitis y pesimismo al mayor. Necesitamos estrategias, alternativas, formas de resistir y enfrentar lo que sabemos vendrá no sólo de Trump, sino de sus subordinados y simpatizantes locales y mundiales, públicos y privados.

Afortunadamente, acicateados tal vez por la ya próxima contienda por la presidencia, por un serio deseo de contribuir a la formación de opinión pública, o por un espíritu patriótico genuino, podemos encontrar propuestas de contra ataque bien cimentadas, provenientes de intelectuales, columnistas u otros entes pensantes que debieran llamar nuestra atención, hacernos reflexionar, de alguna manera movernos a la acción seria (no succionadas como aquella de “no compres coca cola ni vehículos Ford”), mucho más que la doxa de moda: las redes sociales.

Y es que algunos de los pilares del discurso programático grotesco de Trump son prospectivamente un peligro real para nuestra manera de relacionarnos, de comerciar, de vivir y hasta de concebirnos en el mundo globalizado: su antimexicanismo nada simulado, directo y abiertamente agresivo; su aberración por el NAFTA y su paradigmático sentimiento antiinmigante (lése: deportaciones masivas de mexicanos). Evidentemente ningún gesto o genuflexión pseudo-diplomático del oficialismo mexicano tiene algo que hacer para contrarrestar o combatir esa avalancha de problemas que están por iniciar. Moctezuma nunca desanimó a Hernán Cortés con su gentileza, Peña Nieto (vía Videgaray), no hará nada mejor al respecto con su acercamiento no contencioso.

Los expertos hablan, a la hora de confeccionar respuestas, de más y no menos integración comercial. Y es que en las negociaciones habremos de hacer ver que queremos ganar, pero los trabajadores norteamericanos también deben hacerlo en tratándose de mejorar el comercio, los salarios y de incrementar los empleos, todo a través de poner en práctica lo más pronto posible las existentes (en el papel) políticas de mitigación, compensación, capacitación y apoyo.

Como bien lo menciona Jorge Castañeda, “Debe haber algún tipo de negociación entre México y Estados Unidos, entre sus empresas y gobiernos respectivos para alcanzar salarios más elevados mediante acuerdos mínimos —no a nivel nacional sino en determinadas industrias o regiones, una por una— y lograr una hemorragia de empleos menor, más pausada, tomando en cuenta jubilaciones anticipadas, movilidad laboral, y otros factores” (Nexos, enero de 2017). Más aún.

Con todo lo que implica oponerse al gigante, provocando el encarecimiento de sus políticas antimexicanas, nuestro país debe y puede contraatacar al mundialmente multicuestionado presidente Trump. Los secretarios de estado mexicanos tienen que ponerse a trabajar en serio y crear propuestas para anteponer acuerdos múltiples para complementar, que no renegociar el NAFTA, en materia de salarios, energía, devaluación de la moneda, migración o derechos humanos. Hay que evitar a toda costa el que dejen de llegarnos inversiones en lo que enfrentamos con inteligencia al grinch con poder que quiere acabar con 22 años de TLC.

El apoyo a los inminentes deportados no aguatará más las valientes declaraciones sin respaldo real. Algunos estados norteamericanos invierten y seguirán invirtiendo recursos para establecer apoyos a quienes sufren del proceso de deportación: albergues, apoyo legal, traductores, trabajo social, etc. Se trata de llevar al atasco y atolladero al sistema jurídico migratorio para estorbar, abarrotar los centros de atención, incrementar la litigación y los casos no resueltos para detener las expulsiones; en resumen, trasladar el costo político y económico a los Estados Unidos del proceso de deportación.

Las movilizaciones de organismos defensores de derechos humanos para protestar pacíficamente, en ambos lados de la frontera y en muchos otros lugares de Centroamérica o el mundo ahora amenazado, bien podrían conducir al gobierno norteamericano a ser severamente cuestionado en organismos internacionales y desanimar su agresión antriinmigrante. Esto no será trabajo gubernamental, sino de las pléyade de activistas que ahora tendrán un trabajo concreto y urgente por realizar, antes que seguir viviendo de subsidios.

No creo, ni por un instante, que Trump haga a un lado su amenaza de levantar el Muro. En ello ha cifrado su apoyo de la utraderechas locales. No hará el menor caso a nuestras fuertes declaraciones de protesta, menos aún a los millones de mentadas de madre provenientes de redes sociales. Hay que echar mano de todo tipo de iniciativas, propuestas, instrumentos legales, políticos, sociales, ambientalistas, culturales, de acá y de allá.

La cancillería Mexicana tiene la obligación de ponerse a trabajar horas extras para, en lugar de buscar el triunfo en las urnas de su titular para el 2018, lleve a cabo múltiples acuerdos con los gobiernos centro y sud americanos que entablen demandas contra la política antiinmigración norteamericana, protegiendo de las previsibles consecuencias a sus connacionales y, al mismo tiempo, evitando que se queden ahora en nuestro país, incrementando los problemas socioeconómicos que padecemos y que hacen insuficientes los recursos para el progreso de nuestra población.

No, no somos un país de malditos, de violadores, de ladrones, de narcos o de sicarios, tal y como lo ha dibujado a sus votantes Donald Trump. Habremos de enfrentarlo con inteligencia, política estratégica y con honorabilidad que ayude a dejar de depender de nuestro –hasta ahora— primer socio comercial. Quizá en lo que tengamos problemas para presentar evidencias y argumentos en nuestra defensa y la de nuestros hermanos residentes en los Estados Unidos de América, será a la hora de responder a su afirmación: México es un país muy corrupto. En esto, nuestros gobernantes y representantes parlamentarios, partidos políticos y aspirantes independientes al poder tienen que demostrarnos a nosotros que sirven para algo y no sólo para gritar cobardemente ante el arribo de Trump al poder: ¡El Lobo!, ¡El Lobo!

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