Cultura
Bruce Conner, un 'antiartista' underground en el Reina Sofía

Foto por: abc.es / Madrid
Bruce Conner, un 'antiartista' underground en el Reina Sofía
21 de Febrero de 2017 15:52 /
Después de visitar la retrospectiva del artista norteamericano Bruce Conner (McPherson, Kansas, 1933-San Francisco, 2008) en el Museo Reina Sofía, se tiene la sensación de que no es una muestra monográfica, sino colectiva. No parece un único artista el autor de todas las obras expuestas: ensamblajes, películas, esculturas, dibujos, fotografías, performances... sin un común denominador. Una producción híbrida en la que se mezclan medios, géneros y estilos. El propio Conner estaba obsesionado con la idea de identidad del artista. Creó unos alter ego («socios», los llamaba): Emily Feather, Anonymous... Incluso quiso atribuir a su amigo el actor Dennis Hopper la autoría de una exposición en la James Willis Gallery, pero no se llevó a cabo (en el Reina Sofía se muestran casi todos los collages de la serie).En su línea de contar la Historia del Arte desde los márgenes, con narrativas olvidadas y oprimidas, este museo llevaba una década queriendo exponer el trabajo de este artista de artistas, de este «antiartista», como se definía a sí mismo, cuyo trabajo apenas se ha visto en Europa. Pero resultaba muy complejo reunir una obra tan frágil. De ahí que cuando supieron que el San Francisco Museum of Modern Art estaba organizando esta muestra se sumaron enseguida al proyecto. El resultado, un paseo por toda su producción a través de 250 piezas, que copan la sala A1 del edificio de Sabatini.
Otra Historia del Arte «made in USA»
Pero, ¿quién era Bruce Conner? Quienes le conocieron hablan de él como alguien enigmático, inclasificable en la Historia del Arte Moderno en EE.UU. tal como nos la han contado: no es pop, no es expresionista abstracto... El suyo es otro arte «made in USA», fuera del canon. Un artista underground, pionero del cine experimental, que se pasó la vida reinventándose y cuestionándose una y otra vez. Un artista de la contracultura norteamericana, complejo y obsesivo, que deambulaba entre la crítica a la cultura capitalista y consumista, a una sociedad que adoraba la violencia y cosificaba a las mujeres, y su profunda espiritualidad. Entre las obsesiones que le atormentaban, el horror de la bomba atómica, que se repite como un mantra en varias de sus piezas.
La exposición, en cuyo recorrido se va proyectando diez de sus películas, arranca con sus primeras pinturas abstractas de los 50 y se detiene en sus fragilísimos ensamblajes, de una belleza inquietante. Conner recogía todo tipo de desechos de la calle, los «adornaba» con bisutería y los «envolvía» con medias de nailon que semejan macabras mortajas con telarañas. En uno de ellos rinde homenaje a la actriz Jean Harlow. Una versión «sui generis» de los ready-made duchampianos. Aún se torna más oscuro si cabe en sus llamadas «esculturas oscuras»: piezas realizadas con cera negra con las que aborda asuntos como el sacrificio y la redención. De sus dos años de exilio en México (1961-62), se muestran buenos ejemplos de sus exuberantes piezas: un biombo, una almohada... con claras reminiscencias de la tradición mexicana.
Dibujos y fotografías
Otro amplio apartado de la exposición lo ocupan sus dibujos: los hizo con rotulador y con tinta. Estos últimos recuerdan el célebre test de Rorschach: dibujos creados a partir de una mancha de tinta en un papel doblado por la mitad, con los que se estudia la personalidad en psicología. De su producción fotográfica cuelgan dos series. Especialmente hipnóticas, sus imágenes de la serie «Ángeles», realizada en los años 70 en colaboración con el fotógrafo Edmund Shea. Estas fotografías sin cámara se lograron así: Conner presionaba su cuerpo contra el papel fotosensible, mientras Shea le enfocaba con un proyector. El resultado, una galería de imágenes fantasmagóricas a tamaño real. Se han instalado como se hizo originalmente: sobre un fondo negro en una sala con una luz muy tenue. La otra serie fotográfica que se exhibe en el Reina Sofía es el resultado de inmortalizar con su cámara conciertos de punk de grupos como Crime, los Dead Kennedys o los Mutants. Una profesión de alto riesgo que le dio algún que otro susto y que le llevó a compararse con los fotógrafos de guerra.
CC