Cultura
Medio siglo sin la elasticidad lingüistica de Oliverio Girondo

Foto por: Excelsior /
Oliverio Girondo
24 de Enero de 2017 14:01 /
En 1965, Oliverio Girondo (1891-1967) y Norah Lange regresan a Buenos Aires después de un viaje por Europa. En aquella travesía se encuentran con Rafael Alberti, autor del enorme Marinero en tierra, con quien charlan de poesía y política. Ése sería el último vuelo de la pareja, ya que el 24 de enero de 1967 el autor de En la masmédula se iría del mundo, “girando/ Girondo”.A cincuenta años de la muerte del vate argentino, su obra poética no ha perdido ni un gramo de sarcasmo y humor negro. Sus libros siempre son actuales. Y fue precisamente la capacidad de siempre ver todo por primera vez, con ojos sorprendidos, ojos de poeta, lo que dotó al autor de Espantapájaros (1932) de un poderoso imaginario y elasticidad lingüística.
No es nada menor que en una tradición literaria tan completa y compleja como es la argentina, donde sobran poetas, narradores y ensayistas, siga viva y latiendo desde lo subterráneo la poesía de Girondo. Fue su obsesión venérea por la palabra el componente más eficaz y sobresaliente, esa parábola
–la palabra– que le otorgó un punto de vista para ver la realidad desde una trinchera muy original.
A pesar de estudiar en diferentes países, tener un título como abogado y hablar otras lenguas, Oliverio eligió a Argentina como su telón de fondo, la literatura como su profesión y pasión y el español, su lengua materna, para construir sus edificios verbales. Él amaba, odiaba y pensaba en español. Su obra literaria fue defensa y celebración de nuestro idioma. Desde su primer libro, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), hasta el último, En la masmédula (1953), sin duda el mayor de su colección, un poemario de ruptura con la lengua, el argentino impone sus propias leyes literarias, renueva el lenguaje y revoluciona la expresión poética.
Y es precisamente la parole y sus conexiones fonéticas el símbolo de origen en esta obra poética. A pesar de lo diferentes que son las temáticas de Calcomanías (1925) y Persuasión de los días (1946), por ejemplificar dos de sus libros, donde el sujeto poético está sometido a diversas experiencias, de súbita intemperie en el primero, de cavilación y soledad en el segundo, la frontera de ambas es el decir literario a través de una voz estruendosa.
Leer la poesía de Girondo es ver la poesía de Girondo. El autor de Campo nuestro (1946) se une a una reducida lista de poetas-pintores. Acaso antes que él estuvo William Blake y los vanguardistas franceses, en especial La prosa del transiberiano de Blaise Cendrars. Entrar en el universo Girondo es contemplar un lienzo de Max Ernst, Paul Klee o René Magritte. También es justo agregar a otros autores, no pintores pero sí trascendentales en su producción poética, como Mallarmé, Supervielle, Maeterlinck y Baudelaire.
Fundador de la revista literaria Martín Fierro, la cual reunió a autores como Borges, Marechal y Lugones, viajero infatigable y sobre todo, intenso lector, Girondo fue un maestro involuntario. Son evidentes las insinuaciones en la obra de Cortázar, principalmente en ciertos capítulos de Rayuela, el 68 por ejemplo.
La expedición por libros como En la masmédula no es sencilla. Oliverio Girondo no es poeta fácil de leer ni cómodo para el lector flojo e incauto. En estos tiempos en que la lectura se ha convertido en un acto vulgar, volver a obras como ésta impone un sacrificio y disposición de asir el maremágnum de sonidos, metáforas e imágenes diurnas. En esta obra en que las tonalidades son música, el blanco –pero también el verde, el azul, el negro– en la página es un fonema.
Cada poema de Oliverio es un ecosistema de animales propios del matadero: ratas, moscas, escuerzos y, ante todo, la palabra, “los vocablos, las sombras sin remedio… y hablan, hablan, hablan, ante las barbas próceres, o verdes redomones de bronce que no mean, ante las multitudes que desde un sexto piso podrán semejarse a caviar envasado, aunque de cerca apestan: a sudor sometido, a cama trasnochada, a sacrificio inútil, a rencor estancado, a pis en cuarentena, a rata muerta”.
En estos primeros 50 años sin Girondo bien valdría la pena volcarse a leerlo de nuevo. No extensa, sino intensamente. En cada uno de sus poemas aparece la extrañeza, la oscuridad, lo indefinido, pero también la sensualidad de su lenguaje, su idealismo, su creación irrefrenable. Ésta es poesía sensorial, sin fronteras, de unión con la Naturaleza y con la ciudad, a las cuales les concedió una voz y propia luz.
Conocida es la anécdota de Ramón Gómez de la Serna en la que recuerda su primer encuentro con Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. A decir del autor de Greguerías, él decidió leer el libro de Girondo mientras viajaba en el tranvía 8 de Madrid, al concluir el recorrido aún no finalizaba la lectura, entonces decidió pagar un boleto hasta el próximo poema. Sin duda, aún faltan más viajes para completar una lectura gozosa y sesuda de Girondo, mientras, como afirmaba él mismo, “sigo y me sigo y me recontrasigo de un extremo a otro estero aridandantemente sin estar ya conmigo ni ser un otro otro”.
CC