Cultura

Más viajeros pero menos lectores

14 de Enero de 2017 22:03 /

Es una de las voces más sensibles y hermosas en nuestro país de un género que atraviesa horas bajas: la literatura de viajes. Tras el boom de hace un par de décadas y, paradójicamente, cuando la gente viaja más que nunca, el género experimenta un declive tanto en el volumen de publicaciones como —salvando destacables excepciones— en la calidad media de lo que se edita. Eso no vale para Patricia Almarcegui (Zaragoza, 1969), cuyos libros, imbuidos de una arrebatadora melancolía, poseen una altísima calidad literaria.

Patricia Almarcegui, profesora de literatura comparada, filóloga, escritora, ex bailarina de ballet y viajera, es de alguna manera nuestra Annemarie Schwarzenbach, pues aunque no comparte el sentido doliente y el mal de vivre de la viajera suiza, “el ángel devastado” de Thomas Mann, ni su excesiva exaltación, sí la recuerda en el tono, el lirismo, la mirada —que proyecta en el paisaje su mundo interior— y la devoción por Oriente y la vieja Persia. La Schwarzenbach es una presencia constante, precisamente, en Escuchar Irán (Newcastle Ediciones), uno de los dos libros que Almarcegui ha publicado en 2016, junto con Una viajera por Asia Central (Ediciones de la Universidad de Barcelona), y a ella, a la que considera “la gran escritora viajera”, le consagró uno de los capítulos de su ensayo El sentido del viaje (Junta de Castilla y León, 2013). De Schwarzenbach ha tomado la viajera aragonesa leitmotivs como “partí no ya para aprender lo que es el miedo sino para comprobar lo que encierran los nombres y sentir su magia en carne propia”.

A Almarcegui la hemos seguido, magnetizados por su prosa de hechizante sobriedad, a la hermosísima Yazd, la ciudad de color arena, a la tumba de Hafez, en Shiraz, donde si abres al azar un libro del poeta es fama que los versos que salen predicen el destino, a Isfahan, la urbe de la esencia de rosas, donde la cúpula de la mezquita de Shah Abbas bañaba a la viajera en una luz azul, a Samarcanda, o a aquel lago del Kirguistán del color del vino, Song Kul, que le pareció el fin del mundo y junto al cual, un día, vio un camello bacteriano.

fMC

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