Cultura

La falla de Dalí y su afán por cobrar: “Hay que perseguirlos como a ratas”

20 de Marzo de 2018 19:58 /

Pintor, escultor, ilustrador, diseñador, escritor, publicista, cineasta, escenógrafo... Salvador Dalí tocó todos los palos, incluso alguno que, de entrada, cuesta asociar con él, como la creación de una enorme e innovadora falla que ardió la noche del 19 de marzo de 1954 tras levantar, como casi todo lo que Dalí hacía, gran polémica. Unas cartas inéditas que guarda la Biblioteca Nacional de Catalunya muestran cómo el pintor se enfadó con los falleros porque no le pagaban cuando quería. “Lo de la falla se hubiera tenido que hacer mano a mano. Cuando te entregan el dinero, dar el proyecto. Ahora hay que perseguirlos como a ratas. Espero que aún no nos cueste dinero”, escribe, entre otras perlas, a su primo abogado y hombre de confianza, Gonzalo Serraclara.

En 1953, un año antes, Dalí había recibido el encargo de diseñar la falla de la entonces plaza del Caudillo, hoy del Ayuntamiento. Era el pintor español más reconocido internacionalmente entonces (amén de Picasso, en el exilio) y, tras dejar el surrealismo, estaba en plena etapa mística, con grandes obras de temática religiosa como La Madonna de Portlligat o el Cristo hipercúbico, lo que le valió el reconocimiento popular y del régimen franquista.

En diciembre, Dalí anunció el tema de su falla: una corrida de toros surrealista, en la que destacaba un autogiro, mitad máquina, mitad ave, que se llevaba volando al toro muerto a la montaña de Montserrat, donde reposaría para siempre o acabaría, en una referencia mitológica, devorado por las águilas, pero no arrastrado como de ordinario. En el centro de la arena colocó a un diestro con alas de mariposa y otras figuras, entre ellas varios misteriosos encapuchados. Del público solo podían verse los brazos agitados en las gradas mientras los opuestos a la fiesta (y posiblemente antidalinianos) se colocaban fuera de la plaza. Al final, añadió un enorme retrato suyo que parecía mirar el espectáculo desde las alturas.

Dalí hizo un boceto cuya realización se encomendó al escultor y maestro fallero Octavio Vicent, uno de los mejores. Cuando el 17 de marzo la falla empezó a plantarse, comenzaron las críticas, que destacaron que el artista no había sabido captar el espíritu crítico de estas obras y desvirtuaba el carácter de la fiesta, aunque reconocían que el trabajo llamaba la atención y que la prensa extranjera se había hecho eco, lo que garantizaba más visitantes. Durante la cremà, la prensa destacó que el público que llenaba la plaza: “Todos los valencianos, excepto los enfermos, estaban allí”. Y rompieron a aplaudir cuando la enorme cabeza de Dalí cayó pasto de las llamas. La puntilla la dio al día siguiente Vicent en una entrevista en la que dijo que el boceto era “disparatado e inconcreto”; que no creía que el pintor le hubiese dedicado “más de una hora” a esos “cuatro trazos mal dibujados... que delatan poco esfuerzo”.

Esperar el “éxito rotundo”

El maestro fallero se quejaba del escaso tiempo que había tenido para construir la pieza y de que no había visto jamás a Dalí. Aceptó el encargo, precisó, solo porque tenía que ganarse la vida. Según explicaba, de las 110.000 pesetas que costaba la falla, él ganaba 12.000, mientras que al pintor ya le habían pagado más de 25.000.

Pero Dalí, convencido de que su trabajo sería “un éxito rotundo”, también se quedó a gusto con sus críticas. En las cartas a Serraclara se queja del trato y de las exigencias de los falleros. En una misiva le manda el dibujo y las insignias (una mano ardiendo sobre un caracol) que también creó para la ocasión: “Con un mes tienen de tiempo de sobra para hacerla”. En una tercera carta, también conservada en la Biblioteca Nacional de Catalunya, escribe, menos exigente: “Esperaba saber si habían conseguido resolver el armazón general antes de completar el resto”. Aquella estructura que proponía el artista, según confesó Vicent, supuso un quebradero de cabeza, ya que Dalí quería que el toro “estuviera en el aire, con todo el peso encima, tocando con un cuerno a una roca; cosa imposible, claro”.

Dalí también pide a su primo que las figuras de cera que conducen el helicóptero tendrían que salvarse del fuego; que no se desvelara “la identidad de los encapuchados hasta el día de la quema. Y que se pongan dos o mejor cuatro, no más, ya que sería confuso”. En una última carta se interesa por el dinero y le pregunta: “Si han pagado ya los falleros y si pagarían el viaje de Gala y mío si decidiéramos venir por un día”. No ocurrió.

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