Cultura

Kazuo Ishiguro y el Nobel unificador

12 de Diciembre de 2017 08:12 /

El Premio Nobel, como muchas grandes ideas, es simple, algo que un niño puede comprender, y es quizás por eso que continúa siendo algo muy poderoso que sostiene la imaginación del mundo”, dijo la noche de ayer Kazuo Ishiguro (Nagasaki, Japón, 1954), durante la ceremonia de recepción del Nobel, momentos antes del tradicional banquete que se lleva a cabo en Estocolmo.

Sara Danius, secretaria permanente de la Academia Sueca, definió los relatos del autor británico de origen japonés como un espejo “que nos permite vernos a nosotros mismos, sumergidos como estamos en una violenta historia sin final”, cuyas narraciones son alimentados por una en la mezcla de Jane Austen y Frank Kafka, cuyas compilaciones son una investigación sobre los vínculos entre presente y pasado, en los que explora “cómo interactuamos con el pasado y cómo es que individuos, comunidades y sociedades también debemos olvidar para sobrevivir a todo”.

Durante su breve participación, Kazuo Ishiguro también habló sobre el orgullo que representa ganar el más importante galardón de las letras, el cual se diferencia de las competencias deportivas. “El orgullo que sentimos cuando alguien de nuestra nación gana un Premio Nobel es diferente al que sentimos cuando uno de nuestros atletas gana una medalla olímpica”.

Porque en el caso del Premio Nobel de Literatura “no sentimos el orgullo de nuestra tribu demostrando superioridad sobre otras tribus. Más bien, es el orgullo que proviene de saber que uno de nosotros ha hecho una contribución significativa a nuestro esfuerzo humano común. La emoción que despierta es más grande, una más unificadora”.

Ishiguro aprovechó para reconocer que el mundo está dividido a causa de las enemistades tribales: “Vivimos una época de crecientes enemistades tribales, de comunidades que se fracturan en grupos amargamente opuestos”. Sin embargo, consideró que la literatura, su propio campo de trabajo, “al igual que el Premio Nobel es una idea que en tiempos como éstos nos ayuda a pensar más allá de nuestros muros divisorios, que nos recuerda lo que debemos luchar juntos como seres humanos”.

Recordó que de niño vio por primera vez la cara de un hombre extranjero, un hombre occidental que aparecía en la página completa de su libro escolar, ilustrado en colores vivos. Detrás de esta cara aparecía la imagen de una explosión, que llevaba humo y polvo, mientras un grupo de pájaros blancos se alejaba hacia el cielo.

Entonces “tenía cinco años y yacía de frente en un tatami japonés tradicional. Quizás ese momento dejó una impresión porque la voz de mi madre, en algún lugar detrás de mí, se llenó de una emoción especial cuando contó la historia de un hombre que había inventado la dinamita, y luego, preocupado por su invento, había creado el Nobel Sho”, como su madre lo llamó, para promover ‘heiwa’, es decir, la paz y la armonía.

La anécdota, recordó el autor, fue apenas catorce años después de que Nagasaki hubiera sido devastada por la bomba atómica. “Pero joven, como yo era, sabía que ‘heiwa’ era algo importante porque, sin eso, las cosas temerosas podrían invadir mi mundo”, aseguró el autor de libros como Pálida luz en las colinas, Un artista del mundo flotante, Cuando fuimos huérfanos y El gigante enterrado.

“Ése es el tipo de ideas que las madres le dirán a sus hijos pequeños, como siempre lo han hecho, en todo el mundo, para inspirarlos y darles esperanzas”, añadió Ishiguro. “¿Estoy feliz de recibir este honor? Sí, lo estoy. Estoy feliz de recibir el Nobel Sho, como instintivamente lo llamé cuando, minutos después de recibir la asombrosa noticia, llamé por teléfono a mi madre, que ahora tiene 91 años. Más o menos entendí su significado en Nagasaki y ahora me quedo aquí asombrado de que me hayan permitido formar parte de su historia”, concluyó la noche de ayer, durante la gala que se llevó a cabo en Estocolmo, donde también fueron entregados los premios de Física, Química, Medicina y Economía.

En el pasado está la razón por la que Kazuo Ishiguro pertence a esa generación que tiende al optimismo, tal como él lo reconoció en su discurso de aceptación del galardón, publicado en el sitio oficial del Premio Nobel.

“Formo parte de una generación tendiente al optimismo. ¿Y por qué no iba a ser así? Vimos cómo nuestros mayores transformaban Europa y convertían un escenario de regímenes totalitarios, genocidio y matanzas sin precedentes, en una región envidiada de democracias liberales viviendo en armonía en un espacio casi sin fronteras”.

Además, añadió, “vimos cómo los antiguos imperios se desmoronaban en todo el mundo junto con las reprobables teorías que los habían apuntalado. Vimos progresos significativos en el feminismo, en los derechos de los homosexuales y en las batallas en múltiples frentes contra el racismo. Crecimos con el telón de fondo de un gran choque –ideológico y militar– entre el capitalismo y el comunismo, y fuimos testigos de lo que muchos consideramos un final feliz.

“Pero al echar la vista atrás, la época que surgió de la caída del muro de Berlín parece marcada por la autocomplacencia y las oportunidades perdidas; se ha permitido que crecieran enormes desigualdades –de riqueza y oportunidades– entre países y dentro de los mismos países. En particular, la desastrosa invasión de Irak de 2003 y los largos años de políticas de austeridad impuestas a la gente corriente después de la escandalosa crisis financiera de 2008 nos han llevado a un presente en el que proliferan ideologías de ultraderecha y nacionalismos tribales. Sin olvidar el racismo, en todas sus formas”.


CC

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