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La elegancia desnuda de Imogen Cunningham

12 de Diciembre de 2017 08:00 /

Imogen Cunningham (1883, Portland, Oregon – 1976, San Francisco) dedicó su vida a la búsqueda de su esencia creativa. Su figura cobra una importancia vital en la evolución de la fotografía norteamericana del siglo XX. Fue en todos los aspectos de su existencia una mujer adelantada a su tiempo.

Estudiante de química en la Universidad de Washington, se graduó en 1907 con una tesis doctoral —Modern Processes of Photography— sobre el proceso químico de la fotografía. Fue precisamente durante su período universitario cuando comenzó su idilio con la fotografía a través de las imágenes de Gertrude Käsebier.

Con Edward Sheriff Curtis aprendió la técnica de la platinotipia y el retoque de negativos. En la Technische Hochschule de Dresde, amplió sus conocimientos técnicos experimentando con el tono y los diversos métodos de platinotipia de la época. Tras su regreso a Estados Unidos abre su propio estudio y las ventanas a un mundo fascinante que pronto se rindió ante su estilo relajado, su iconografía escultórica y la sensualidad desplegada en cada imagen.

Aunque la naturaleza y la botánica fueron fuente de inspiración constante y parte de su imaginario creativo, el cuerpo humano estuvo presente en la producción de Imogen Cunningham desde sus inicios.

De hecho, el desnudo es uno de los temas recurrentes en toda su trayectoria profesional. Pionera y audaz, su forma de retratar el cuerpo desnudo atraviesa todas las barreras —recordemos que nos encontramos en los primeros años del siglo XX—, mostrando la alegoría que supone despojarse del peso de la ropa.

El aporte más significativo de la manera de concebir el desnudo por parte de Cunningham es su tratamiento transgénero. Un avance inédito en la historia de la fotografía artística y del arte en sí mismo. La mirada de Imogen supo extraer el elixir de la belleza desnuda lejos de lo obsceno, lo vulgar y el prejuicio.

La Fábrica presentó el pasado 29 de noviembre una selección de fotografías de la serie Nude de Imogen Cunningham. Un conjunto en blanco y negro que la norteamericana inició en 1906 con su propio autorretrato sobre la hierba del campus universitario: “lo preparé, salté dentro. Eso fue todo”, contaba. A partir de entonces desvincula la desnudez de la vulnerabilidad y lo reconduce a su esencia: la naturaleza abierta y libre, el valor del cuerpo en sí mismo. En definitiva, como explica su nieta Meg Partridge, Cunningham materializa en esta serie su “búsqueda apasionada de la forma y la belleza”.

La serie Nude, de Imogen Cunningham puede contemplarse desde el 29 de noviembre en La Fábrica. Calle Alameda 9. Madrid

 CC

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