Cultura

Sergio Ramírez, un constante experimento

19 de Octubre de 2017 15:56 /

Sorprender, contar historias redondas, “atrapar al lector antes que al asesino”, sigue siendo, tras 50 años de escribir cuentos, la misma ambición del nicaragüense Sergio Ramírez (1942).

“Sorprender con un final inesperado, aspirar a ser original, como si otros nunca hubieran contado esa misma historia ni utilizado el mismo lenguaje”, afirma en entrevista el narrador nacido en Masatepe (Nicaragua), donde escribió a los 14 años su primer relato, La carreta nahua.

“Descubrí que quería contar. Que contar comenzaba a volverse en mí una necesidad. Aunque se tratara del primero de tantos, como ese cuento vernáculo. Era un mundo que apenas me permitía verlo, pero al que yo quería penetrar, sin saber mucho aún de los secretos de la escritura”, confiesa.

Después de cinco décadas de explorar el género breve, el también editor y académico de la lengua decidió conformar la Antología personal. 50 años de cuentos (Océano), que acaba de llegar a las librerías y en la que reúne 20 de sus textos más representativos.

“No recuerdo cuántos relatos he escrito. Pero seleccionar de entre lo que uno ha escrito a lo largo de tantos años es difícil y doloroso. Escojo este, debo dejar este otro, cuál de ellos. Pero es un buen ejercicio de autocrítica. Nunca olvido a Rubén Darío: cuando hizo su antología personal dejó fuera todo Azul, su primer libro”, agrega.

Fue en 1956 cuando el ahora ganador de los premios Iberoamericano de Letras José Donoso y el Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Español envió su primer cuento al suplemento del diario nicaragüense La Prensa y se lo publicaron.

“Era sobre una carreta fantasmal que recorre los caminos en la alta noche, conducida por un esqueleto, en busca de almas pecadoras para llevarlas al otro mundo”, recuerda sobre su primera historia.

Otro momento decisivo en su formación, prosigue, fue cuando descubrió el humor. “Lo primero que hallé en las tertulias de mis tíos músicos en mi pueblo es que hay que saber reírse de uno mismo, antes de reírse de los demás. Si no, no hay humor posible. Y que el humor es una necesaria toma de distancia entre el narrador y lo que quiere contar, un instrumento para no comprometerse con el texto, con las tentaciones del melodrama y la seriedad de la retórica”.

La publicación de su primer libro, Cuentos, a los 20 de edad, fue una edición de 500 ejemplares que financió de su propio bolsillo. “Empecé mi vida de escritor como cuentista, y lo sigo siendo”, dice tajante.

Sobre los temas que ha abordado en este género, el exvicepresidente de su país detalla que se inspira en lo que hay de singular en lo que le rodea. “Lo que veo delante de mí y sé que puede interesar a otros si se los cuento. Y ese algo está generalmente en la vida de los pequeños seres, gente marginal, sin nombre, allí están mis protagonistas, que lo son a veces de las páginas rojas, a quienes fenómenos como el poder, por ejemplo, afectan al margen de sus propias voluntades”.

La evolución

Ramírez admite que le gusta por igual dar vida a cuentos que a novelas. “En la novela me siento a mis anchas, pues antes he podido saber qué es lo que quiero hacer. La novela, claro, da más libertad. El cuento tiene reglas más estrictas, muchas veces inviolables: un número limitado de páginas y, por lo tanto, una sola historia que contar, con pocos personajes. Pero la escritura de la novela es un viaje incierto, con destino improbable y, peor, porque en algún momento de la travesía los pasajeros se apoderan del barco y tomarán control del derrotero. En cambio, en el cuento uno debe saber desde el principio a dónde y cómo va a terminar”, señala.

A la pregunta de cómo saber qué tema se presta más para ser cuento o novela, quien preside el encuentro literario Centroamérica Cuenta responde que esto depende de cómo se desarrollará la narración.


CC

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