Pienso, luego resisto
Fernando Tranfo

Terapia de parejas “no frost”

10 de Septiembre de 2017

Fernando Tranfo


Sé que el Tano Lavolpe no se enojará porque cite aquí una de sus brillantes ideas. Sé también que no verá con malos ojos que me atreva a tomar esa idea y desarrollarla. Pero, que quede claro, esta brillante aseveración es producto de la inteligencia de mi amigo Lavolpe.

Créanme, no soy humilde, pero necesito aclarar que nada de mérito hay en lo que habré de hacer. El desarrollo de esta genial intuición no es otra cosa que el natural despliegue de algo que está contenido en ella esperando ser simplemente desplegado. Así ocurre con las analogías geniales: no son meras comparaciones ni arbitrarias simetrías; son un modo metafórico, pero veraz, de explicar (nos) el mundo.

El Tano suele decir como si no estuviera diciendo algo gravemente importante, como si dijera algo que se le ocurrió recién o que se le puede ocurrir a cualquiera, que la suerte de los matrimonios está atada a la suerte de sus heladeras (en Argentina llamamos así a la nevera). En palabras de Franco: “Los matrimonios duran lo mismo que una heladera: los de antes duraban toda la vida, los de hace un par de décadas bastante menos y los de ahora unos pocos años…o meses…”.

Vayamos pues, a lo prometido: solo me queda la cómoda y placentera tarea de desentrañar todas las mini analogías que se desprenden de la nave madre.

Empecemos por una primera perplejidad, que ya dispara tres líneas de interpretación posibles, a saber: a) la debacle de la heladera, de algún misterioso modo, causa la de la pareja, b) la debacle de la pareja, de algún modo también misterioso, causa la de la heladera, c) la debacle de la heladera y de la pareja ocurren (sí, de algún modo misterioso) en perfecta sincronía.

Este es un problema que remite al de la causación espíritu-materia en sistemas como el cartesiano o el materialista. Así como para el gran Descartes (y todos los racionalistas que le sucedieron) fue un problema insoluble explicar cómo la sustancia espiritual puede producir efectos en el cuerpo, y así como al empirismo en general le resulta problemático el problema inverso: explicar cómo la materia puede producir fenómenos espirituales; la relación entre heladeras y parejas no es menos compleja. Una posible solución “a la Malebranche o Leibniz” podría postular una especie de armonía preestablecida por Dios entre la decadencia de las heladeras y la del amor, pero esto no terminaría de explicar por qué Dios decidió esta armonía recién hace algunas décadas, justamente cuando las heladeras empezaron ser una porquería (y el amor también).

Demos entonces por declarado el misterio sin hurgar sus causas y estableciendo solo sus posibles, misteriosas características comunes.

En primer lugar creo que hay algo que es esencial destacar y que, aunque fuera esta la única reflexión que produjera la analogía, bien valdría para escribir esto. Hablo de cómo el esfuerzo por creer que las heladeras de antes eran mejores, es el que hace que terminen durando lo que duran. Vamos a ser sinceros: no sabemos si efectivamente una heladera de los 50 era mejor que una actual, pero no hay que ser semiólogo ni psicólogo para ver en esa fe que empecina a los que defienden las viejas enfriadoras, la condición de posibilidad, el terreno fértil para que un amor pueda sostenerse más allá de todo.

Es común ver a señores y señoras de avanzada edad, todavía con una heladera “de las de antes” en el fondo, a la que usan de vez en cuando, siempre precediendo este uso con frases del tipo “Esta heladera es mejor que todas las que vender ahora” o “No tiene ninguna cosa rara, pero enfriar, enfría como ninguna” o “La nueva…un día se cortó la luz y volvió de golpe…y no anduvo más. Esta aguanta lo que venga”. ¿Van descubriendo, como yo, la natural hermandad simbólica entre la heladera y la vida conyugal? Donde dice “Es mejor que las de ahora” léase “Lo nuevo atrae, pero termina siendo un bluf”; donde dice “No tiene nada raro pero enfría como ninguna” léase “Lo esencial, lo único que hace falta realmente para convivir con alguien, lo tiene y en abundancia”; donde dice “Volvió la luz y no anduvo más” léase “Ante la menor dificultad la pareja se vino abajo”.

Vamos ahora a un tema que es un signo de los tiempos: la probabilidad de que el matrimonio sobreviva a los desgates que produce su “uso”. La heladeras de antes, efectivamente, podían ser reparadas incluso un sus fallos groseros, mientras las de ahora no pueden serlo en sus mínimos detalles. Las viejas enfriadoras tenían como una especie de humildad, que las hacía factibles de ser manipuladas, reparadas con alambres, con “cositos”, con restos de otras heladeras, sin que esto supusiera una rebeldía en ellas; las de ahora, fieles representantes del capitalismo más salvaje y la ontología posmoderna, son “individuos”, Narcisos, artefactos únicos que parecen rechazar todo lo que no sea ellos mismos. Por otra parte: ¿hay algo más parecido al rol del terapeuta de parejas que el del fracasado técnico? El técnico de heladeras actuales solo puede reparar aquello que está destinado a arreglarse casi solo, y casi siempre, al ver una falla grave, dice con la seriedad de quien anuncia una muerte: “Va a salir más caro el arreglo que una heladera nueva…compren otra”; “Compren otra…” ¿hace falta traducir esta analogía?

Más simetrías: las heladeras de antes hacían dos cosas: enfriar y congelar. Esos eran pues, los dos grandes desperfectos que podían sufrir: no enfriar o no congelar. Como mucho, otro problema (menor, desde luego) era que cuando se abría la puerta no se encendiera la luz de adentro. Las heladeras de hoy tienen tantas funciones y tantas utilidades que la posibilidad de que fallen está al acecho a cada minuto. ¿Hay espejo que refleje mejor la esencia de los conflictos de pareja de antes y los de ahora que esto? Los matrimonios de antes se prometían poco, pero importante, y si esto más o menos funcionaba bien, la cosa se sostenía; los de hoy tienen tantas exigencias (pasión, compañerismo, fidelidad, intimidad, diálogo, confidencia) que enseguida algo falla y el aparato colapsa. Hay una evidente relación entre lo que se espera y lo que luego ocurre, y el margen de tolerancia frente a este fracaso. Examinemos un par de frases que pueden ilustrar esto: la gente de antes decía “Gracias a Dios mi matrimonio anda bastante bien…”; la de ahora “La verdad, esperaba mucho más…yo pensé que era otra cosa…”.

Por último llegamos, creo, a la prueba más contundente de la perfección de esta analogía: la garantía extendida. Este nuevo monstruo parido por los tiempos posmodernos ha convertido la garantía de una heladera en una paradoja: se supone que una garantía es algo que nos asegura alguna cosa, pero resulta que cuando comprás una heladera te ofrecen extender la garantía por un tiempo más, con lo cual queda claro que se desconfía del primer período de seguridad. Todo esto es una muestra perfecta del amor en estos tiempos: como mucho, las cosas duran un año, pero es probable que pasado ese período duren un par de años más y luego el fracaso debe ser reemplazado por la cíclica sensación de que algo nuevo está naciendo. Como esos matrimonios que arbitran todos los recursos legales pensando que en breve se separarán en medio de una guerra de roces, las heladeras de ahora nos preparan para su inminente fracaso. La garantía extendida sería poco menos que una invitación a batirse a duelo para mi abuelo, que laburaba en la Siam en la década del 40.

Heladeras y matrimonios. Microcosmos y macrocosmos, el puñado de arena y el desierto, creados a imagen y semejanza, unidos hasta que la muerte o la rotura final los separe.

Gracias Tano, por regalarme esta inagotable analogía. Ahora, cuando creo que una heladera me gusta más que la que tengo, enseguida pienso que el nuevo modelo me dará satisfacciones en el imperio de lo efímero, pero jamás estará allí, en algún lugar sagrado de la casa, dándome para siempre esa sensación de lealtad silenciosa que las heladeras de antes sabían tener.

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