¿Bailar o Escribir?
David Martín del Campo

El empate

06 de Junio de 2017

David Martín del Campo


De no creerse. Aquello fue hace algunos años en el hipódromo de Las Américas, donde acostumbraba acudir para curarme del desamor. Gastar algunos pesos en carreras anónimas y beberme un par de cervezas en paz. Además que el ambiente, sobre todo en domingo, es por demás excéntrico. Gente que no soporta permanecer en casa y trata, por algún medio, de castigar la economía familiar. Además que siempre queda la esperanza de pegarle a una trifecta. Entonces apostamos qué, ¿cincuenta, cien pesos? a ese caballito nervioso que, según el programa, no ha ganado una sola carrera en siete semanas. “Cirquero”, era su nombre.

De tan tormentosos que ya resultan divertidos. “¡No permitiremos!”, “la voluntad popular nos respalda”, “las triquiñuelas del poder buscando comprar los votos”… declaraciones y más declaraciones a punto de entrar en combate, igual que andanadas de artillería para ablandar las líneas del enemigo. Así este domingo en que se realizaron elecciones en varias entidades y cuyos resultados aún no definen del todo los institutos comiciales. ¿Ganó Delfina o Del Mazo? ¿Ganó Miguel Riquelme o Guillermo Anaya? Ah, druidas del tabernáculo faccioso… reveladnos la verdad suprema.

En teoría por un solo voto se gana cualquier elección. A eso se le llama, precisamente, “mayoría”, de modo que los 234 mil 444 de Equis pierden ante los 234 mil 445 de Ye. Y cuéntale y recuéntale, porque eso es lo que nos endilgaron los prudentes legisladores en las leyes y los reglamentos electorales. Entonces el problema está en otra parte, porque si ganamos ha sido obra y gracia de la reciedumbre ciudadana, y si perdemos no ha sido más que un descomunal trampa y ya nos veremos en el tribunal y las juntas electorales incendiadas, porque yo gano porque gano, y como el Jalisco, cuando no, arrebato.

¿De eso se trata el proceso electoral mexicano? ¿Siempre deberemos terminar en la disputa, la descalificación y el vituperio? Ganar o perder, que es la fatalidad de los deportistas y las debutantes en el concurso de Miss Universo, era en el fondo la cuita de Hamlet cargando la calaca Yorick, el bufón que tanto lo hacía reír cuando niño. Porque si somos, tendremos que obrar en consecuencia, y si no somos, disimularemos y nos haremos pendejos por el resto de los días. Estos ha sido, entonces, como el momento del príncipe de Dinamarca en su dilema existencial: ¿To Delfina, or to Del Mazo?

La noche del domingo todo parecía un empate. Décimas de punto porcentual eran los que distanciaban a uno de otra, y las redes sociales estaban más calientes que de costumbre. Luego el conteo avanzó y las cosas parecieron esclarecerse, aunque no del todo, y es cuando recordé aquella tarde cuando “Cirquero” avanzaba a todo galope en la recta final del hipódromo. Comencé a desgañitarme, como si el caballito de cuatro años entendiera mi furia, y el final que fue, técnicamente, de foto-finish. No hubo ganador claro, y en la ventanilla fui informado que era ni más ni menos que un empate. De modo que el premio fue demediado, y todos contentos por mitades.

Desafortunadamente eso no existe en política. No hay armisticio ni tregua que valga. En la guerra, como en la política, se gana o se pierde y todos retornan a sus cuarteles a curar las heridas y afilar de nuevo las espadas. Así ha sido siempre, de modo que apelar al equilibrio, la armonía y la sensatez ¡en México! es un contrasentido. Lo traemos en los genes, somos rijosos por naturaleza y en las pirámides quedan las escenas triunfales del destripamiento del enemigo.

No será este 2018, pero de seguro que para las elecciones de 2024 (de mí se acuerdan) se habrá legislado para votar en segunda vuelta, como ocurre en los países más civilizados. Y todo porque no es lo mismo gobernar con el apoyo de un tercio de los electores (Calderón, 35.8%, Peña, 38%) que con la mayoría sobrada que permite una segunda vuelta comicial, amén que la reflexión cívica permea ese segundo ejercicio electivo.

Por lo pronto retornaré a los seis furlongs el domingo próximo, aunque es poco probable que me encuentre con “Cirquero”, pues un caballo de seis años ya es viejo para las galopadas profesionales. Y ellos lo saben: en el hipódromo no hay segunda vuelta de empatadores. Lo cual es una pena.

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