El mundo nos necesita “adultos”
23 de Mayo de 2017
Carolina Nogueira
El mundo nos necesita “adultos”
Este fin de semana he tenido una experiencia que no quiero dejar de compartir. En Buenos Aires (Argentina), a raíz de la problemática adolescente en torno al suicidio hemos podido coordinar esfuerzos diferentes actores y sectores sociales, desde las intendencias, los gremios, en particular el gremio de docentes privados de la provincia de Buenos Aires (SADOP), el Foro Infancia Robada de Campana, organización vinculada la niñez en situación de vulnerabilidad, parroquias e Iglesias de diferentes credos, así como profesionales que actúan en diferentes ámbitos. Realmente fue una experiencia no solo enriquecedora a nivel personal para todos los que participamos sino también a nivel social en orden al entramado de posibilidades de abordaje de un problema complejo que necesita todas las miradas.
En el marco de esta experiencia que pone en perspectiva todos los esfuerzos que se realizan para lograr espacios de trabajo compartido y que no siempre resultan, surgen casi con naturalidad las preguntas: ¿Por qué a los adultos nos cuesta tanto trabajar con otros que piensen distinto o que pertenezcan a otros sectores diferentes a los nuestros? ¿Hemos tomado conciencia de la gravedad de los problemas que nos aquejan y de la responsabilidad que tenemos frente a ellos? ¿Somos capaces de anteponer el bien común a las ideologías personales, sectoriales o a los intereses individuales?
Las respuestas a estas preguntas no pueden realizarse a la ligera pero sí podemos afirmar que tenemos graves dificultades en ellas evidenciadas por las dificultades que se observan en relación a la conformación de verdaderas red de trabajo convergente a la hora de enfrentar los problemas psicosociales. Podemos pensar que así como los adolescentes actuales presentan rasgos de época que son únicos, los adultos no escapamos a una caracterización que, como nos es propia, muchas veces pasa desapercibida o la minimizamos. Una de esas características es el alto nivel de individualismo en el que casi con “naturalidad” nos movemos. En una época donde se exalta el trabajo en equipo, el individualismo por no decir muchas veces egoísmo sesga nuestras intenciones malogrando los mejores proyectos.
Esta faceta de la personalidad no está vinculada al aspecto cognitivo solamente sino por sobre todas las cosas a los aspectos emocionales y afectivos de nuestra vida. Nos refugiamos en formas sutiles e individualismo, cuando no somos capaces de confiar en los otros en sus potencialidades y en sus aportes; cuando hemos sido tan heridos a lo largo de la experiencia de trabajo compartido que no podemos recuperar , parafraseando a Gramsci, frente al optimismo de la voluntad nos dejamos arrastrar por el pesimismo de la realidad; cuando el interés mayor está en sostenernos en espacios de poder y no en la construcción del bien común que implica necesariamente renunciar a intereses egoístas. No es nuestra falta de comprensión acerca de la lógica de las cosas la que nos lleva a trabajar desde compartimientos estancos sino nuestra resistencia a ser adultos. La palabra adultos lleva implícita el concepto de madurez emocional y afectiva. Una persona madura es aquella que básicamente ha pasado de la etapa del egocentrismo infantil a la de la magnanimidad que permite construir solidaridad, donde la gratificación llega no porque yo esté bien sino porque todos estemos bien.
Solo si somos capaces de corrernos de nuestros intereses personales seremos capaces de trabajar en red sino que recién allí tendremos la autoridad moral para acompañar a los adolescentes en el contexto social actual, el cual pide a gritos mensajes de colaboración e integración no solo por las acciones en sí mismas sino por el cumulo de virtudes que subyacen en quienes las concretan. Ser adultos es el desafío que enfrentamos y la deuda que tenemos en el tiempo que nos toca, que es finito por ello, tenemos que empezar ya.
CC
