Pienso, luego resisto
Fernando Tranfo

Comparación oDIOSa: parte II

28 de Abril de 2017

Fernando Tranfo


Repite la gente como si fuera un mantra o un axioma, aquello de “Segundas partes nunca fueron buenas”; les recomiendo amablemente que miren El Padrino II y me digan luego si pueden seguir sosteniendo semejante aseveración.

Hecho este comentario, que sin dudas obra como justificación de esta segunda columna sobre el mismo tema, retomo (prometo que por última vez, aunque no soy de cumplir las promesas) la cuestión abordada en la columna que tan amablemente me publicaron la semana anterior, sobre la antinomia Maradona-Messi.

Confieso que me ha tomado por sorpresa la repercusión de la nota “Comparación oDIOSa”. No sé cómo han ido las cosas por allá y hasta qué punto esta polémica puede formar parte de las especulaciones del pueblo mexicano, pero por estas tierras, y particularmente en mi entorno, los debates, las discusiones y los comentarios no han dejado de tenerme como involuntario protagonista por estos días.

Todos parecen tener algo que decir o algún argumento a mano, en mi favor o en mi contra. Se han desplegado nuevas rutas de discusión y tantas otros avatares que los temas encendidos generan. Intentaré hacerles un resumen de estas cuestiones, afrontar responsablemente algunas objeciones, refutar una que otra postura que juzgo equivocada y aceptar con hidalguía los argumentos que debilitan mi posición inicial.

Para empezar, me criticaré a mí mismo. En mi carácter de profesor de Filosofía cometí un error imperdonable. Cuando expliqué las connotaciones teológicas del esquema Dios-Mesías aplicado a Maradona-Messi en el mundial 2010, y luego aclaré que este panorama sagrado había sido abruptamente abolido por el 4 a 0 de los alemanes en cuartos de final, olvidé (omisión grave para alguien con mi formación) que Martín Lutero era alemán, de modo que este triunfo feroz de Alemania frente a Argentina en Sudáfrica bien puede ser entendido como un triunfo de la Reforma Protestante. Desconozco hasta qué punto el robótico Schweinsteiger (pronúnciese “Yuanstaiga”) estaba imbuido del espíritu luterano, pero prefiero pensar que semejante baile futbolístico fue producto de decisiones tomadas en otro mundo y no en éste y que, siguiendo las convicciones del gran reformista, los hechos estaban predestinados a suceder así.

Vamos ahora a los reclamos. Muchos muchachos de mi banda de amigos se han ofendido porque no los usé debidamente como ejemplos o anti ejemplos de algunas posturas. Matu Mariotto, que apenas tiene 19 años, se indignó porque yo dije que los menores de 20 tienden a ser fanáticos de Messi y él, perteneciendo a esa generación, es devoto de Maradona. El Perro Oriolo, que tiene 51 como yo, asegura tener la característica que yo prediqué de los treintañeros, a saber, amar a Maradona y Messi con igual fervor (el Perro Oriolo, aclaro, es un ser indescifrable, que solo puede servir como ejemplo de sí mismo).

En cuanto a las objeciones, paso a describirlas y a defenderme de ellas o no, según crea que son atinadas o no lo son. Me dicen que cuando enfaticé la diferencia entre los méritos cuantitativos de Messi y los cualitativos de Maradona cometí una falacia, en el mejor de los casos, o una maliciosa interpretación de los hechos, en el peor. La objeción es que al reducir a Messi a un simple problema de cantidad, parezco dar por entendido que la jugadas o goles del rosarino carecen de belleza o no se caracterizan particularmente por su condición estética, y en verdad Messi no sólo hace goles de a docenas, sino también goles excelsos. Pues bien, creo que esta objeción es válida, aunque los maradonianos insistimos en que el tipo de belleza que nos regaló Diego no se compara con ninguna otra.

Sigo firme en mi postura de “los goles significativos”. El azar o el destino (tachen lo que no corresponda, yo sé bien qué tengo que tachar…) lo puso a Diego ante la contingencia de tener que jugar el partido más importante de la historia del fútbol argentino (y de la Historia argentina): el Argentina-Inglaterra post guerra de Malvinas. El genio hizo allí un gol con trampa (no me detendré aquí a argumentar por qué esa trampa a nosotros se nos antojó justicia) y el gol más bello de la historia de los mundiales (o de todos los tiempos). Alguien dirá que no se deben mezclar las cuestiones políticas con las futbolísticas, pero lamento decirles que a veces las cosas, en la historia, se mezclan solas (y además, como decía Pascal, otro maradoniano: el alma tiene razones que la razón no comprende).

Otra objeción es que al destacar los “méritos” de la vida licenciosa de Maradona, parece desprenderse de esto que ser un tipo ubicado y previsible como Lío fuese un defecto, y que Diego podría haber sido mucho más de lo que fue de haber llevado una vida “sana” (cosa que es incomprobable o, como se dice en la jerga lógica, contrafáctico). Veamos: nosotros no pensamos que la templanza de Messi sea un defecto, pero sí pensamos que la locura de Diego es inherente a su condición de genio (y no pensamos que porque Lío no sea un desaforado, no sea un genio…lo digo antes de que esto se transforme en objeción). Por otro lado (o en virtud de esto) estamos seguros de que Diego no hubiese sido mejor futbolista de haber sido moderado, porque es esa misma desmesura la que lo llevó a hacer en el campo de juego cosas fuera de toda lógica (cosa que también, desde su moderación, hace Lionel…lo digo antes de que esto se transforme en otra objeción).

Para terminar, quiero agregar algunas taxonomías más que por razones de espacio (y porque no se me habían ocurrido) quedaron fuera de la columna anterior. Sin pretender que Messi es menos genio que Diego, sí creo atinado decir, siguiendo a Nietzsche (¡que también era alemán!) que Maradona es un genio de tipo dionisíaco y Lío de tipo apolíneo. No solo por las diferencias ya descriptas en sus estilos de vida, sino por el tipo de genialidades que producen: las de Messi, mucho más geométricas, perfectas; las de Maradona, mucho más inspiradas, aleatorias. Ambos llegan a lo sublime por caminos distintos; da la impresión de que Messi dibuja sus jugadas con lápiz, escuadra y regla, y Maradona con un pincel indescifrable. Cuando vemos un golazo de Messi sentimos que eso que ocurrió tiene la bella perfección de un teorema; cuando vemos uno de Diego, sentimos que tiene la bella imperfección de un poema.

Una reflexión final. Entre los libros incunables que hay en mi biblioteca, conservo uno ciertamente único: se llama “Te Diegum” y es el resumen de una serie de jornadas que se hicieron en Nápoles, durante la década del noventa, para debatir académicamente cuestiones maradonianas. El equipo de eruditos estaba compuesto por antropólogos, semiólogos, sociólogos y filósofos. Es cierto: uno sospecha, tal vez prejuiciosamente, que un antropólogo napolitano es alguien con tendencia a abandonar una investigación rigurosa para pasar una noche con Mónica Belucci, o alguien que tal vez termine a los gritos, parado sobre una mesa, una ponencia sobre culturas comparadas, pero muchas de las conclusiones de este banquete combinaban la devoción por el Diez con los argumentos más sólidos. Quiero rescatar de estas efusiones lógico-emotivas una que me pareció muy atinada y que yo complemento con alguna reflexión mía. Creo que esta última reflexión puede obrar, ahora sí, como síntesis final de este debate:

Digo (junto con mis amigos napolitanos): Maradona es el escándalo del racionalismo europeo y Messi, involuntariamente, es su confirmación. Diego es la victoria del romanticismo sobre el iluminismo, es la muestra de que el caos puede ser exitoso, que la inspiración sin reglas puede triunfar y que la desmesura puede conducir paradojalmente a la producción de belleza y a la derrota del adversario moderado y analítico. Por supuesto que Messi también representa una humillación para la etnocéntrica soberbia europea (que lo diga si no Boateng, tan newtoniano en su caída hacia atrás). Pero Lionel es el más perfecto en el juego de otros, y Diego jugó siempre su propio juego.

La Europa racionalista esconde al Zidane que se retira del fútbol con un cabezazo asesino al pecho de Materazzi, porque éste ofendió a su hermana.

Nosotros habríamos amado todavía más a Diego si hubiera hecho eso.

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