Como Vivir en Xalapa
Alejandro Hernández y Hernández

Histeria Colectiva Programada

12 de Enero de 2017

Alejandro Hernández y Hernández


Mi ciudad, como muchas del país, vivió sus quince minutos, no de fama, pero sí de histeria colectiva, la tarde del viernes 6 de enero de 2017; Día de Reyes, por cierto.

Una psicosis que, por lo que vi, fue planeada, programada y ejecutada limpiamente se apoderó de todas las personas que trabajan, viven o andábamos en el centro histórico de Xalapa ese día, logrando paralizar las actividades comerciales y movilizando a decenas de policías.

Y digo que fue planeada porque en esta ocasión pude atestiguarlo, y mediante mi cuenta de Twitter transmitir, in situ, lo que estaba aconteciendo. Lo que que narraré a continuación fue lo que vi y lo hago como una forma de contribuir a evitar que, a futuro, seamos víctimas de rumores infundados, malintencionados y alarmistas, pues no pocos creyeron que el día de los hechos se llevaban a cabo saqueos multitudinarios en los comercios del centro.

Eso sí, no me pregunten por quién porque no lo sé; mi capacidad de entender conspiraciones no llega a tanto.

Pues bien, luego de realizar algunas compras y pagos el día en cuestión, un servidor se dispuso a comer en un restaurant que está en la calle de Lucio, casi enfrente de las oficinas de Hacienda federal. Luego de dar cuenta de un filete con papas y ya casi para pedir la cuenta oí gritos y ruido de gente corriendo; salí a ver qué pasaba y puede observar que un grupo de hombres jóvenes, siete u ocho, sudorosos y con evidentes signos de nerviosismo corrían calle abajo gritando: ¡Ya vienen… cierren, ya vienen!

Yo, en lugar de hacer lo que todo mundo hubiera hecho, ir a terminarse el postre, salí a media calle esperando ver algo así como a Atila el huno, cabalgando con sus huestes sobre el puente de Xallitic; a los 400 Pueblos, con sus “d’esos” de fuera bailando un cumbión de miedo, etcétera; sin embargo, lo único que vi fue a decenas de personas haciendo lo mismo que yo: viendo calle arriba pa’ ver quién venía.

El caso es que lo único que vino, a final de cuentas, fue una histeria colectiva que hizo que los comerciantes bajaran sus cortinas, los que comíamos nos atragantáramos con el último bocado, los vendedores ambulantes recogieran sus puestos como si Clorinda Ferral hubiera amanecido hormonal, los locatarios desarmaran las escobas y cogieran los palos como guerreros zulúes, y las señoras entraran en pánico y corrieran por todos lados como pollos sin cabeza.

En menos de cinco minutos el centro de Xalapa era zona de guerra: los comercios cerrados, la gente corriendo, policías sudorosos y con el bofe de fuera trotando desde Palacio de Gobierno la subida de Revolución, taxis cobrando lo doble por una corrida al Sumidero y yo, con mi teléfono en modo cámara, tomando fotos como corresponsal de guerra en Siria.

Había dejado mi auto en un estacionamiento que está enfrente de la Plaza Clavijero y traté de llegar a él, así que caminé por Altamirano, crucé Revolución, llegué a Clavijero y cuando traté de subir hacia Victoria, ¡horror!; una horda de unos sesenta o setenta pela’os, armados con tubos, palos y escobas mochas, cerraba la calle; detrás de ellos, en Clavijero esquina con Victoria, varias patrullas habían cortado la circulación vial. El estacionamiento, alcancé a ver, estaba cerrado, como la puerta negra, con tres candados.

Mirando para todos lados, buscando una salida por si se armaba la guerrilla urbana, que no tenía enemigo definido (los pela’os, armados con palos y tubos, eran los comerciantes de Plaza Clavijero y no los saqueadores que, yo pensaba, ya habían arrasado hasta con las nicas de Casa Ahued, esas que ya nadie compra), pude darme cuenta que un grupo de policías del Estado, con una estampa deplorable ¬¬¬¬¬¬(sudados y con los ojos inyectados, por el esfuerzo de subir corriendo desde San José hasta ahí, se veían terribles, créamelo) trataba de encapsular al grupo armado que cerraba la calle. Atrapado entre dos fuegos lo único que se me ocurrió, por si me tocaba un macanazo mortal, fue ponerme a tuitear lo que pasaba y a subir fotos para dejar constancia de mi valentía en la labor periodística.

Luego de tensos momentos los genízaros y los comerciantes se reconocieron como elementos de un mismo bando y, juntos, pero no revueltos, se aprestaron a esperar al enemigo común: los saqueadores.

Al final nunca hubo tales saqueadores, por más que algunos reporterillos trataban de inventárselos, induciendo preguntas a modo para que los locatarios contestaran que sí los hubo.

La gente se fue dispersando, los policías se fueron yendo, los locatarios volvieron a armar sus escobas, el del estacionamiento abrió, los que teníamos nuestros autos ahí pagamos sin chistar las dos horas extra que duró la histeria colectiva, el alcalde, luciendo sus hoy rubicundos cachetes, salió de donde lo tenían escondido a caminar con el gobernador por las calles, y el que organizó todo el desmadrito, seguramente, debe haber estado a las risas, pensando en lo fácil que es desquiciar una ciudad.

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